Melina González murió en el Hospital Garrahan después de varias semanas de pedir a los médicos que la durmieran para dejar de sufrir. Tras varios rechazos, el viernes la habían sedado. Su testimonio y reclamo por una ley fue difundido en Página/12.
Por Mariana Carbajal
Melina González, la adolescente de 19 años que desde fines de enero reclamaba a los médicos del Hospital Garrahan que la durmieran profundamente en sus últimos días para no sentir los dolores que la aquejaban y evitar el sufrimiento psíquico que la agobiaba por su estado terminal, finalmente murió ayer. “Melina acaba de dejar de respirar”, anunció a esta cronista su mamá, Susana Bustamante, por teléfono alrededor de las 17.30. “Se fue en paz”, agregó, entre lágrimas y sollozos. Y agradeció especialmente por el espacio que Página/12 le dio al reclamo de su hija por una muerte digna, favoreciendo así al debate por la necesidad de una legislación que cubra el actual vacío legal en torno del tema. “La vida es un derecho. No es una obligación vivir sufriendo”, sostenía Melina.
Mañana su caso será analizado en una reunión convocada por la Red Argentina de Bioética y Derechos Humanos, una iniciativa de la Asociación Bio&Sur de Bioética y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, en la que participarán miembros de más de medio centenar de comités de bioética de diversos hospitales públicos del país.
Desde el viernes, Melina había entrado en un sueño más profundo. Los médicos que la atendían habían concedido darle medicación para una “sedación paliativa”. Si hubiesen aceptado su voluntad antes, le hubiesen evitado casi un mes de dolores intensos y profundas angustias, especialmente de noche, como ella misma relató en una conmovedora charla que tuvo con este diario el miércoles de la semana pasada. En un dictamen fechado el 4 de febrero, el Comité de Bioética del hospital pediátrico había argumentado que el cuadro de la adolescente no era terminal como para justificar dormirla hasta que perdiera la conciencia. Incluso, afirmaban que su pedido estaba contaminado por los fuertes dolores que sufría, que no la dejaban pensar con lucidez.
Melina ya pesaba menos de 18 kilos y la enfermedad degenerativa del sistema nervioso que se le había empezado a manifestar a partir de los 3 años no quería darle más tregua. En su espalda quedaban las huellas de un tumor maligno que le extirparon en 2009 y por el que fue sometida a quimio y radioterapia a lo largo del 2010. Ya no podía incorporarse en la cama. Tenía dificultades para respirar. No tenía fuerzas ni para sostener una taza. Pero para los médicos no se encontraba en fase terminal. Ella se burlaba de sus pronósticos: “Creen que voy a salir a bailar la conga”, dijo el miércoles a este diario. Con una lucidez que contrastaba con su debilitado cuerpo, Melina pedía con seguridad “que me duerman, para poder estar en paz”. “No es digno estar así: tengo paralizado casi todo el cuerpo y lo poco que siento me duele. No puedo sostener ni una taza y tengo que estar acostada. Me ahogo, no puedo respirar. No es vida, no quiero seguir así. Y ellos no me entienden, piensan que siempre se puede salir adelante. Pero yo no doy más, no puedo”, señaló.
Hasta que su cuadro empezó a empeorar, Melina había hecho una vida normal, aunque tenía dos barras de titanio que apuntalaban su espalda con forma de S. Vivía en San Francisco Solano, en el sur del conurbano. Terminó el colegio secundario en el Instituto San Francisco Solano, de Claypole. Y se fue de viaje de egresados a Bariloche como cualquier chica de su edad. Estudiaba dramaturgia en el Centro Cultural Rojas y trabajaba haciendo tortas para eventos, hasta que su cuerpo no dio más. En sus planes tenía seguir además una carrera vinculada al cuidado del medio ambiente. Melina fue una chica fuera de serie. Ayer, estando dormida desde el viernes, su corazón dejó de latir. Melina se apagó ayer en paz.
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