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Los pueblos protagonizan incluso con sus cuerpos el sagrado derecho humano a la comunicación, ‘la satisfacción moral de un acto de libertad’, como propuso Walsh; no así una hipersociedad lucrativa como Clarín que, asqueada de tantas posesiones en el mercado mediático, se da el lujo de recurrir a una portada en blanco.
Los pueblos protagonizan incluso con sus cuerpos el sagrado derecho humano a la comunicación, ‘la satisfacción moral de un acto de libertad’, como propuso Walsh; no así una hipersociedad lucrativa como Clarín que, asqueada de tantas posesiones en el mercado mediático, se da el lujo de recurrir a una portada en blanco.
En 2002, el servicio de cable Telecentro ofrecía a sus abonados la señal estatal venezolana. El 11 de abril de aquel año, cuando las factorías mediáticas de ese país llevaron a su punto máximo la realidad paralela que habían construido en los días previos, y que derivó en el golpe de Estado contra Hugo Chávez, la programación de la Televisión Nacional de Venezuela fue remplazada por la cadena privada Globovisión. Algo así como sintonizar 6,7,8 y encontrarse con Joaquín Morales Solá.
Si aquel oscuro día para la democracia latinoamericana el televidente argentino quería enterarse por el canal estatal venezolano qué estaba aconteciendo en Caracas, debía seguir la transmisión del multimedio insignia de los golpistas. Fue la contrainformación distribuida por redes alternativas de comunicación, alentadas en su construcción y profesionalización de sus cuadros por el gobierno chavista, la que –movilización popular mediante– logró revertir en sólo dos días aquel golpe. Tenían una única verdad que decirle a su pueblo, simple y grande como un mundo: “Chávez no renunció.” ¿No ese acaso mérito suficiente para que el líder bolivariano sea premiado por la carrera de periodismo de la Universidad Nacional de La Plata? ¿Existirá un considerando más conveniente que el compromiso democrático para definir un galardón que lleva por nombre “Rodolfo Walsh”?
Los pueblos protagonizan incluso con sus cuerpos el sagrado derecho humano a la comunicación, “la satisfacción moral de un acto de libertad”, como propuso Walsh; no así una hiper- sociedad lucrativa como Clarín que, asqueada de tantas posesiones en el mercado mediático, se da el lujo de recurrir a una portada en blanco. Sólo quien concentra TN, Radio Mitre y Canal 13, puede malgastar un día con baja poesía la tapa de su medio de papel.
Ese trillado gesto gráfico lo ideó Página/12 más de 20 años atrás, cuando Menem firmó la segunda tanda de indultos. Lejos de aludir al “sucio trapo rojo”, Kirschbaum apela a la sutileza. Para los editores de Clarín, la demora en su salida a la calle por un conflicto gremial originado por sus propias prácticas persecutorias, es comparable al hiato constitucional, en la cultura democrática y su expresión política, que significó el perdón presidencial a los mayores criminales que padeció Occidente en el último codo del siglo pasado. Paradójico.
Hay más: el sábado 26 de marzo, a 35 años y dos días del último golpe de Estado, el abogado Eduardo Feinmann entrevista al ex titular de la SIDE menemista, Juan Bautista Yofre, en su programa del canal A24, propiedad del consorcio comercial-político Vila-Manzano-De Narváez. El producto mejor logrado de la escudería Hadad le pregunta –entre otros centros a la cabeza plateada por los años del “Tata” Yofre– si creía que los cambios en las comisarías dispuestos por Nilda Garré podían derivar en una crisis como la de Ecuador, cuando comandos policiales quisieron matar al presidente Correa. “El gobierno quiere controlar la calle porque sabe que ahí puede tener problemas”, dice el ahora operador tardío del duhaldismo residual. Si bien reconoce que el de Lomas de Zamora rinde poco en las encuestas, “imagino que de acá a octubre la gente lo va a llamar”, agrega inquietante. No dice qué podría pasar para que eso ocurra.
Mientras, en Chubut crecen las evidencias de un fraude electoral, la SIP, ADEPA y Zulma Faiad consideran, no obstante, que lo verdaderamente grave para la democracia es la “flagrante” violación a la libertad de prensa cometida por los 50 empleados de AGR. Sólo resta que el PO saque una declaración en defensa de los “censurados” de Clarín, como hizo el año pasado cuando aparecieron sugestivos carteles, sin firma, recriminándoles a periodistas del Grupo su subordinación ideológica a las necesidades inmediatas de la viuda de don Noble, y poné los fideos.
Si así fuera, y siendo tan variados los rubros que comprende el clan Clarín, cualquier conflicto en alguna de sus factorías extra comunicacionales podría leerse como una vulneración a la libertad de prensa. Una protesta de los cíber programadores de Prima SA, también propiedad del Grupo, ¿constituye un acto de censura? ¿Cómo se llama entonces el capricho de Cablevisión de impedir a sus clientes el acceso a CN23, y a las señales públicas Pakapaka y Telesur? El matrimonio Magnetto-Democracia es por conveniencia, y se nota.
Afirmar temerariamente que se atenta contra la libre circulación de ideas de un cártel mediático que controla múltiples soportes es, cuanto menos, una desmesura, muy propia por cierto, de períodos de campaña electoral. Claro que Cacho Castaña no lo ve así.
Quince días atrás, en consonancia con la operación Suiza-Covelia-Moyano, el dueño de Perfil juntó a Joaquín Morales Solá, Luis Majul y Jorge Lanata, para que rumien en Noticias sobre los sutiles ataques a los periodistas independientes. Lanata es presentado ahora como el “primer periodista exiliado en democracia”, suprimiendo de un plumazo los golpes y navajazos que confinaron en Uruguay a Hernán López Echagüe, tras su precisa investigación sobre Eduardo Duhalde.
Fontevecchia es así. Armó un diario para lograr la reelección al cuadrado de Menem y, una vez fracasado el forzamiento institucional, lo cerró, no sin antes denunciar por competencia desleal a su actual aliado Clarín. Raro. Ahora que está abierto nuevamente, contrata para trabajar en él a cuanto operador ande suelto por ahí, esta vez para malograr el muy probable triunfo electoral del oficialismo en octubre. Por ejemplo: José “Pepe” Eliaschev.
Cuestión que la libertad de expresión allá Leuco y Nelson Castro reclama del canciller del Estado Nacional una explicación diplomática de primer nivel en respuesta a la burda operación de prensa sobre la posición argentina respecto de la investigación del atentado a la AMIA. Parece un sketch de Capusotto. Perfil se llama así porque mira de costado a la verdad, jamás a los ojos, en cuyo caso sus habituales mentiras quedarían en la red.
El libreto proto-golpista está esbozado: una vez frustrado el operativo “violencia política”, recurrir al de la “prepotencia sindical”, condimentado con un “gobierno debilitado” que asiste a ella, impávido y tolerante, y que utiliza impúdicamente sus beneficios, todo revuelto en la batidora del “cercenamiento de las libertades individuales”. A falta de un candidato que cuente con posibilidades más o menos ciertas de vencer al oficialismo, los medios hegemónicos se asumen como estrategas de la reacción. Si bien el Grupo A se redujo a Magnetto, Mitre y Fontevecchia, atención: su capacidad de daño es tanto mayor que la de aquel engendro legislativo.
Siempre desconfié del hombre que, para conquistar a una mujer al paso, en la calle o el colectivo, quiere complacerla sonriéndole a su hijita de dos años. Verde, le dedica una tierna mirada a la nena pero es a su mama a quien desea. No es “compromiso democrático” la mueca de dinero y de poder que asoma por entre la bragueta baja de Magnetto cuando sus escribas conjugan a coro, y según su conveniencia, los términos “violencia” y “libertad de expresión”. <
Si aquel oscuro día para la democracia latinoamericana el televidente argentino quería enterarse por el canal estatal venezolano qué estaba aconteciendo en Caracas, debía seguir la transmisión del multimedio insignia de los golpistas. Fue la contrainformación distribuida por redes alternativas de comunicación, alentadas en su construcción y profesionalización de sus cuadros por el gobierno chavista, la que –movilización popular mediante– logró revertir en sólo dos días aquel golpe. Tenían una única verdad que decirle a su pueblo, simple y grande como un mundo: “Chávez no renunció.” ¿No ese acaso mérito suficiente para que el líder bolivariano sea premiado por la carrera de periodismo de la Universidad Nacional de La Plata? ¿Existirá un considerando más conveniente que el compromiso democrático para definir un galardón que lleva por nombre “Rodolfo Walsh”?
Los pueblos protagonizan incluso con sus cuerpos el sagrado derecho humano a la comunicación, “la satisfacción moral de un acto de libertad”, como propuso Walsh; no así una hiper- sociedad lucrativa como Clarín que, asqueada de tantas posesiones en el mercado mediático, se da el lujo de recurrir a una portada en blanco. Sólo quien concentra TN, Radio Mitre y Canal 13, puede malgastar un día con baja poesía la tapa de su medio de papel.
Ese trillado gesto gráfico lo ideó Página/12 más de 20 años atrás, cuando Menem firmó la segunda tanda de indultos. Lejos de aludir al “sucio trapo rojo”, Kirschbaum apela a la sutileza. Para los editores de Clarín, la demora en su salida a la calle por un conflicto gremial originado por sus propias prácticas persecutorias, es comparable al hiato constitucional, en la cultura democrática y su expresión política, que significó el perdón presidencial a los mayores criminales que padeció Occidente en el último codo del siglo pasado. Paradójico.
Hay más: el sábado 26 de marzo, a 35 años y dos días del último golpe de Estado, el abogado Eduardo Feinmann entrevista al ex titular de la SIDE menemista, Juan Bautista Yofre, en su programa del canal A24, propiedad del consorcio comercial-político Vila-Manzano-De Narváez. El producto mejor logrado de la escudería Hadad le pregunta –entre otros centros a la cabeza plateada por los años del “Tata” Yofre– si creía que los cambios en las comisarías dispuestos por Nilda Garré podían derivar en una crisis como la de Ecuador, cuando comandos policiales quisieron matar al presidente Correa. “El gobierno quiere controlar la calle porque sabe que ahí puede tener problemas”, dice el ahora operador tardío del duhaldismo residual. Si bien reconoce que el de Lomas de Zamora rinde poco en las encuestas, “imagino que de acá a octubre la gente lo va a llamar”, agrega inquietante. No dice qué podría pasar para que eso ocurra.
Mientras, en Chubut crecen las evidencias de un fraude electoral, la SIP, ADEPA y Zulma Faiad consideran, no obstante, que lo verdaderamente grave para la democracia es la “flagrante” violación a la libertad de prensa cometida por los 50 empleados de AGR. Sólo resta que el PO saque una declaración en defensa de los “censurados” de Clarín, como hizo el año pasado cuando aparecieron sugestivos carteles, sin firma, recriminándoles a periodistas del Grupo su subordinación ideológica a las necesidades inmediatas de la viuda de don Noble, y poné los fideos.
Si así fuera, y siendo tan variados los rubros que comprende el clan Clarín, cualquier conflicto en alguna de sus factorías extra comunicacionales podría leerse como una vulneración a la libertad de prensa. Una protesta de los cíber programadores de Prima SA, también propiedad del Grupo, ¿constituye un acto de censura? ¿Cómo se llama entonces el capricho de Cablevisión de impedir a sus clientes el acceso a CN23, y a las señales públicas Pakapaka y Telesur? El matrimonio Magnetto-Democracia es por conveniencia, y se nota.
Afirmar temerariamente que se atenta contra la libre circulación de ideas de un cártel mediático que controla múltiples soportes es, cuanto menos, una desmesura, muy propia por cierto, de períodos de campaña electoral. Claro que Cacho Castaña no lo ve así.
Quince días atrás, en consonancia con la operación Suiza-Covelia-Moyano, el dueño de Perfil juntó a Joaquín Morales Solá, Luis Majul y Jorge Lanata, para que rumien en Noticias sobre los sutiles ataques a los periodistas independientes. Lanata es presentado ahora como el “primer periodista exiliado en democracia”, suprimiendo de un plumazo los golpes y navajazos que confinaron en Uruguay a Hernán López Echagüe, tras su precisa investigación sobre Eduardo Duhalde.
Fontevecchia es así. Armó un diario para lograr la reelección al cuadrado de Menem y, una vez fracasado el forzamiento institucional, lo cerró, no sin antes denunciar por competencia desleal a su actual aliado Clarín. Raro. Ahora que está abierto nuevamente, contrata para trabajar en él a cuanto operador ande suelto por ahí, esta vez para malograr el muy probable triunfo electoral del oficialismo en octubre. Por ejemplo: José “Pepe” Eliaschev.
Cuestión que la libertad de expresión allá Leuco y Nelson Castro reclama del canciller del Estado Nacional una explicación diplomática de primer nivel en respuesta a la burda operación de prensa sobre la posición argentina respecto de la investigación del atentado a la AMIA. Parece un sketch de Capusotto. Perfil se llama así porque mira de costado a la verdad, jamás a los ojos, en cuyo caso sus habituales mentiras quedarían en la red.
El libreto proto-golpista está esbozado: una vez frustrado el operativo “violencia política”, recurrir al de la “prepotencia sindical”, condimentado con un “gobierno debilitado” que asiste a ella, impávido y tolerante, y que utiliza impúdicamente sus beneficios, todo revuelto en la batidora del “cercenamiento de las libertades individuales”. A falta de un candidato que cuente con posibilidades más o menos ciertas de vencer al oficialismo, los medios hegemónicos se asumen como estrategas de la reacción. Si bien el Grupo A se redujo a Magnetto, Mitre y Fontevecchia, atención: su capacidad de daño es tanto mayor que la de aquel engendro legislativo.
Siempre desconfié del hombre que, para conquistar a una mujer al paso, en la calle o el colectivo, quiere complacerla sonriéndole a su hijita de dos años. Verde, le dedica una tierna mirada a la nena pero es a su mama a quien desea. No es “compromiso democrático” la mueca de dinero y de poder que asoma por entre la bragueta baja de Magnetto cuando sus escribas conjugan a coro, y según su conveniencia, los términos “violencia” y “libertad de expresión”. <
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