OPINION
Por Juan Cabandié *
Los acontecimientos vividos durante las últimas semanas de diciembre, con la ocupación del Parque Indoamericano, y la toma de las 204 viviendas de Parque Avellaneda, semanas atrás, sirven para una reflexión más profunda, que pueda abordar la coyuntura, pero también plantea una visión de la ciudad donde una parte importante de los porteños –me atrevería a decir la mayoría– soñamos, pensamos y deseamos.
La ocupación del predio señala lo que falta por hacer, señala un horizonte, pero, también, que hemos logrado subir el piso de las demandas de los sectores populares: en 2002, los reclamos sociales tenían que ver con la comida y el empleo; en 2010, ciudadanos con trabajo y familias estables solicitan viviendas de mayor calidad.
Ante esta situación irresuelta, Macri apela a la xenofobia, el racismo y los palazos, con un discurso que expresa una variante menemista pero radicalizada. A tono con el propio brigadier Cacciatore, que diseñó e implementó una ciudad excluyente, impidiendo el desarrollo del transporte público para los trabajadores, rellenando con escombros las playas del Río de la Plata, donde miles de personas se bañaban los fines de semana y destruyendo el Banco Ciudad para beneficio de amigos, de la curia y miembros de la fuerzas armadas. Macri, reproduciendo el modelo del intendente de la dictadura, clausuró la ampliación de los subtes, descapitalizó el Banco Ciudad, otorga millones de pesos a la iglesia a través de sus escuelas, discrimina a la población de las villas y subejecuta el presupuesto para la construcción de viviendas.
A lo largo de 2010, el Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) sólo ejecutó su presupuesto en un 44,5 por ciento, como si la ciudad no tuviera problemas en este rubro. Y no sólo eso: si comparamos los datos de ejecución a lo largo de los últimos tres años, nos damos cuenta de que, para la administración PRO, la vivienda está lejos de ser una prioridad. Los datos de ejecución (81,87 por ciento en 2008; 56,75 en 2009 y 44,59 en 2010) grafican claramente que la gestión empeora cada año.
Durante este ciclo político, los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner han construido más viviendas que ningún otro en la historia: 550 mil soluciones habitacionales, 250 mil en ejecución. En lo que respecta a la ciudad, en 2010 la Nación aportó 460 millones de pesos para la construcción de viviendas.
Una ciudad solidaria, amigable con los migrantes, inclusiva y multicultural sería la mejor manera de que los porteños vivamos mejor. Sin muros que excluyan a ciertos sectores, porque de esa manera no alcanzarían los ladrillos para construirlos. Aunque de todas maneras, para hacer ladrillos y muros se necesitan trabajadores que los hagan.
Además, si apostamos a un gobierno de la ciudad que cree riquezas y apueste al crecimiento, en vez de la exclusión y la marginalidad, la ciudad va necesitar de la labor de ciudadanos del interior, de países hermanos y de la misma ciudad que tengan vocación por el trabajo, la creatividad y la inclusión social, económica y cultural.
Nuestro país se hizo con los pueblos originarios y también con inmigración de clases sociales de países que en ese momento estaban muy mal. Existen dos modelos para tratar la inmigración: el de Macri, parecido al de Cacciatore, intendente del ’76 al ’82, y el de muchas ciudades del mundo donde existe respeto, tolerancia, asimilación, aprendizaje, enriquecimiento. Argentina necesita tener una ciudad capital que crezca a la par de la Nación, sin xenofobia, sin discriminación, con un Estado intervencionista, regulador y popular. Necesitamos una ciudad abierta al interior y al exterior de nuestro país, creadora de riquezas, de valor agregado a la producción, de conocimiento, de creatividad e innovación. No se trata de una postura humanista en sí (que defendemos), sino, además, de un modelo económico y cultural que nos permita vivir mejor, dejar una ciudad mejor para nuestros hijos y ser parte de una sociedad solidaria.
La política de Macri no es sólo repudiable desde un punto de vista ético, no es solamente ineficiente. También es profundamente estúpida, porque apelando a la racionalidad vamos a entender que si incluimos a todos vamos a vivir mejor.
* Legislador porteño.
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