lunes, 2 de mayo de 2011

¿Se acabó?

 Por Eduardo Aliverti
El acto de la CGT y las ya extravagantes movidas electorales se pueden dejar para después. Al fin y al cabo, respecto de eso no pasó nada que no pudiera pasar. En cambio, los dos cuerpos noticiosos restantes son más significativos.
Uno estuvo dado por los mandobles a la bartola, y se concentraron hacia mediados de semana. Primero fue que había caído en Ezeiza un financista caponarco, que vive en el país desde 2005 y fundador de una constructora en Puerto Madero. Bajo la fijación de agenda del diario instrumental, y según lo remarcó en portada un recuadro que indicaba a la Argentina como “refugio tentador”, los medios y tilingos adheridos machacaron con nuestro carácter de territorio cocainómano incontrolado. El intento de relacionar al Gobierno con ese presunto libre albedrío se acabó, a las horas de publicado y reproducido, porque incluso los periodistas electrónico-amplificadores no se veían cómodos en el papel de llevar semejante delirio a rol de primera plana. De modo tal, a la jornada posterior el tema desapareció y fue reemplazado por uno mucho más afín al sentido común y al interés popular. Es así que surgió como cuestión prioritaria de portada que el plan Carne para Todos, anunciado y escenografiado por la Presidenta el día anterior, cubre sólo el 0,15 por ciento del consumo. Eso ya suena o directamente impacta como más sensato, hay que admitir: ni el propio oficialismo desmintió que 10 mil kilos de carne acordados a (muy) bajo precio son la nada misma, contra los más de 6,5 millones de kilogramos que se venden por día. Tal como las milanesas o el pescado “para todos”, son jugadas destinadas al fracaso completo. Pretenden tramar sobre una producción simbólica de contenido anti-inflacionario, que choca de frente contra la realidad impuesta en los comercios. Al Gobierno le va bien, como es dable deducir o certificar, cuando la Presidenta recuerda que los precios no son formados por el Estado sino por los actores privados. Le va bien cuando pregona –y ejecuta– el derecho de intervenir en las decisiones orgánicas de las grandes empresas privadas cuyo directorio integra. Le va bien, con todo lo mal que le iba hace nada más que un par de años, cuando mete mano en las ganancias estratosféricas de los campestres y ya nadie lo discute. En esa línea, también caen simpáticos, o irreprochables, los allanamientos a Cargill, Molinos y Bunge, por presunta asociación ilícita para evadir al fisco por más de 300 millones de pesos. Y ni hablar de lo bien que le va al oficialismo cuando identifica a adversarios precisos, como Clarín, Techint & Cía. Pero no semeja que pueda irle precisamente como los dioses cuando hace el acting de qué barato que se compra con los “planes para todos”. Ese es un serio, muy serio error de su política –o táctica– comunicacional. Y en la medida en que eso afecta lo que “la gente” percibe en su bolsillo, no debería descuidarse tan alegremente. En otro contexto, si hubiese una oposición que aunque más no fuere supiera especular con alguna altura, el kirchnerismo tendría problemas severos con estas tonterías. No hay esa oposición, por cierto y, por tanto, la humilde advertencia se convierte en un ensayo hipotético. Sin embargo, el periodista cree que siempre es mejor tener los reflejos activados porque, alguna vez, el viento no soplará de cola; la derecha inventará algo como para no ser tan patética, y fuegos que ni alcanzan a ser artificiales, como la carne, o el pescado, o las milanesas para todos, podrán o podrían volverse un boomerang.
De todas maneras, para volver bastante atrás, lo anterior es constitutivo de los mandobles, de un lado y de otro. El bloque noticioso dos, que es el dictamen parlamentario para regular a las empresas de medicina prepaga, es otra cosa. Ahí ya es cuestión de que el Gobierno –con el consenso opositor unánime salvo, naturalmente, las filas de Macri– resolvió intervenir en la redituable orgía del sistema privado de salud. Tendrán que pasar a mejor vida los recargos por edad; el rechazo por enfermedades preexistentes; los “períodos de carencia” que ni siquiera cubren las prestaciones del Plan Médico Obligatorio; el rebote a los discapacitados. Los medios de la derecha reaccionaron haciéndole el coro a la irritación de las prepagas, que le aportan cifras de publicidad muy estimables al periodismo independiente. Pero no es, sólo, el otorgamiento de espacios a los voceros de la medicina privada. Para que no queden dudas, encima de eso se lanzan a cuestionar que el Estado interfiera en lo que denominan “contratos entre particulares”. ¿Por qué el Gobierno no se dedica a la salud pública y deja que las gallinas negocien libremente con el zorro?, preguntan los periodistas liberales de pacotilla que, en cualquier país del primer mundo, no se animarían a interrogantes de esa naturaleza, so pena de caer en un ridículo que aquí sienten como impune. No hay Estado más intervencionista que el de las naciones desarrolladas, justamente porque la protección básica del consumidor es elemento esencial para que éste siga creyendo en el consumo como en el Espíritu Santo. Si alargamos la lógica de estos mercachifles, podría preguntarse por qué el Estado se involucra en las cuotas de las escuelas privadas; en –claro– lo que se le da la gana exportar a “el campo” o, sencillamente, en lo que se gasta en “la seguridad” siendo que los sectores de alto poder adquisitivo pueden pagarse policía propia. Es decir: déjenos el Estado la ley de la selva, porque nosotros sabemos arreglarnos con nuestros leones, y que la administración pública se haga cargo de los monos. Pero más luego, cuando los monos se nos vienen encima porque ese Estado equilibrador fue desquiciado gracias a las políticas desregulatorias que pregonamos, pediremos más Estado cumpliendo sus funciones básicas de reglamentar y reprimir. Ese es el raciocinio de la derecha, cuya contrapartida sería –siempre en autos con el carácter transitivo de sus argumentos– que haya de inmediato una revolución socialista, pero aplicada por un gobierno reformista que no le afecte sus intereses y, a la par, brinde cobertura universal de salud, educación, seguridad, vivienda y que sigan los éxitos. De manera que lo que tenemos viene a ser en definitiva una derecha de raigambre trotskista, lo cual se corrobora por esa capacidad cariocinética de ser dos o tres pedazos y dividirse en diez o veinte.
Según las últimas noticias, podría dar la impresión de que no es tan así a caballo de que en la disparada hacia los botes ya se bajaron Solanas, Sanz, Cobos y Macri. Salvo que, en el caso de este último, no se considere todavía como abandono haber dicho que su candidatura presidencial quedó “stand by”. Una de las frases más portentosas de la historia política argentina. Sin embargo, esa estampida opositora da una dimensión exacta de la carencia absoluta de alternativas serias al kirchnerismo, cristinismo, experiencia progre o como quiera llamársele. Y es en ese recorte que los análisis y especulaciones sobre el acto de la CGT quedan faltos de mayor sentido. Aun cuando se diera por legítima la visión gorila más recalcitrante, acerca de que esa manifestación fue la eterna suma de ómnibus contratados y choripán, la pregunta sería si hay alguna opción confrontadora que pueda llenar más de veinte micros. Aun si no se reparara en que el discurso de Moyano se contorneó a pie juntillas al lado de Cristina, cuando el cálculo era que se trataba de una jornada extorsiva para conseguir puestos cegetistas en la listas de octubre. Aun pensando que Cristina, al no ir, los dejó de garpe porque su apuesta pasa por terminar la reconquista de la clase media invariablemente reactiva a los modos del “morochismo” sindical, no se altera que hay los que fijan la agenda y los que gracias si llegan a comentarla.
Da la sensación, entonces, de que esto se acabó si es por esperar modificaciones gruesas en el plazo que resta hasta octubre. Puede ser una buena noticia si hablamos de que están sentadas las bases para el “nunca menos”. Como otras veces se ha dicho: nada menos que eso, y nada más que eso.

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