lunes, 25 de julio de 2011

Otra vez con la crispación (Eduardo Aliverti)


 Por Eduardo Aliverti
¿A qué tanto problema con el grado de irritación política que estaría viviéndose?
La ciudad facha. Los presuntos exabruptos de funcionarios, dirigentes y algún famoso. El escándalo por las (auto) críticas en una asamblea de Carta Abierta. Casi otro tanto frente al paso discursivo de la Presidenta por las cercanías de Rosario. Los hijos adoptivos de Ernestina. Las provocaciones. Los cruces en el acto de la AMIA. El debate sobre la pobreza del proselitismo kirchnerista porteño. Puede seguir, y hasta dejando de lado las patéticas bravatas de Biolcati y los ya graciosos anatemas de Carrió. Es una lista intensa, atractiva. Pero hay que medirle mejor los alcances porque, de lo contrario, puede dar idea de haberse ingresado en un campo minado, inédito y de consecuencias imprevisibles. En primer lugar, es una temperatura tan declarativa como típica de las etapas electorales: una obviedad que parecería no serlo, a estar por la sorpresa y críticas manifestadas. Lo caldeado del clima se da mucho más en los medios y en el juego de los protagonistas que a través del interés popular. Expresado con una ampulosidad que parece válida para hallar puntos de equilibrio, ¿anda medio mundo sin poder dormir por lo que escribió Fito Páez? ¿Las masas se precipitan angustiadas sobre YouTube para determinar la verdad de lo ocurrido en la Biblioteca Nacional? ¿Las alternativas del caso Noble Herrera representan un giro completo de la percepción social y el paisaje electoral? ¿Las denuncias de estratagemas apestosas son acaso insólitas, siendo que se está en campaña? Quizá sólo habría realmente una novedad respecto de esto último, si avanza la confirmación de cómo se las gastó el macrismo, desde una “encuesta” telefónica, para escaldar a Daniel Filmus. Primero, porque no se recuerda algo igual de repugnante que de falaz. Y después, porque cuesta creer que el amigo Durán Barba haya sido tan torpe. ¿O es al revés? ¿O es que la sensación de impunidad absoluta del gobierno porteño, entre otras cosas gracias a su malla de protección mediática, llegó al punto de permitirse descuidar lo burdo y judiciable de semejante maniobra? ¿O es que, aun así, confiaron en que a “la gente” le importaría tres pitos la denuncia, porque esa gente que los vota no tiene en cuenta aspectos morales?
Por lo demás y así como no es cuestión de negar lo impactante de ciertos disparadores, tampoco debe rechazarse su consideración. Nadie dice que los temas mencionados carezcan de interés. Sí, que debería enfocárselos de otra manera. Atendamos lo contradictorio de algunos análisis. Carta Abierta se prestó a un duro debate o marcaje internos, que quedan al margen del “recorte” hecho por la prensa ultraopositora. En efecto, lo dicho fue segmentado. Pero que se dijo lo que se dijo es irrebatible. Se punteó buena parte de lo que todo el arco político y politizado, empezando por el propio kirchnerismo, ya decía en plena campaña de la primera vuelta: que faltó garra, que falló la militancia o los objetivos en que debía concentrarse, que no hubo conducción unificada, que los medios y programas afines se pasaron de excitabilidad pro K. ¿Cuál es el drama? Visto desde los valiosos bríos intelectuales que se aglutinan en Carta Abierta, y aunque pueda discutirse si era el mejor momento para dejar los trapos al sol, ¿qué sentido tiene repudiar el tratamiento dado a la reunión por el adversario mediático, en vez de reivindicar que son un lugar que no renuncia al pensamiento crítico y que justamente es eso lo que los diferencia del discurso único de la vorágine contrera? Y visto desde ésta, ¿no era que el kirchnerismo es incapaz de señalarse errores, de enmendar tácticas y estrategias, de no someterse a dictados verticales? ¿Cuando lo hace solamente es el reflejo de que está en medio de un problema serio, y no de la capacidad de revisarse?
La Presidenta pasó por Santa Fe y apuntó a que la provincia, con su impresionante potencial productivo, crece menos que el resto. ¿Es correcto o no? ¿La única respuesta que se merece es decir que eso “no les hace bien a los santafesinos” o dejar que las cifras sigan de largo para ensimismarse con el significado de otra de las fantasmales apariciones del Menem blanco? Una víctima del atentado en la AMIA, desde el micrófono de la jornada aniversario, les pone nombre y apellido a quienes sindica como cómplices o co-responsables de la ausencia de justicia. ¿No es ésa la lógica requerida para intentar que “impunidad” no sea un concepto vacío? ¿La afectación a la memoria de muertos y vivos transita por si Sergio Burstein opera para el Gobierno, en reemplazo de refutar sus acusaciones? Notable: quienes retrucan espantados la alocución del familiar, adjudicándole tinte político, ensalzan la reacción indignada del rabino Bergman y reproducen el método que impugnan. Si el que objeta es acusable de favoritismo oficial, es un asqueroso que se extravió en una manifestación llamada al recogimiento. Pero si quien protesta es un diputado macrista electo que no se preocupó por desmentir su convocatoria a “enterrar” la causa AMIA; que participa de una fuerza con un detenido por encubrir el atentado, no es una acción política. No, es simplemente un asceta encrespado. Por favor, tengan algún gramo de seriedad. El mismo que debiera valer para no animarse a exigir que las Abuelas pidan perdón. ¿Once años embarrando la cancha y ahora deben disculparse los demandantes del procedimiento obvio, esquivado hasta concluir en un sospechoso cambio de timón de la noche a la mañana?
Lo antedicho testifica que son susceptibles de buena polémica los desafíos de la agenda mediática. Y al fin y al cabo, es de lo que debe preciarse un régimen democrático. Calentura, apasionamiento, desbordes, bajezas; incluso operaciones de prensa, para que después rezume. Veámoslo por la contraria. ¿Por cuál alternativa a eso construyen simbolismo los militantes de la anticrispación? Por la de callarse. Y no levantar olas que hieran su comodidad de clase, pecuniaria o mental. Y que no haya siquiera una décima de embate contra los poderes corporativos. Militan por la figuración de propender a una porfía que en verdad los jode. Con Menem estaban mejor. Con los milicos estaban mejor. Esta cosa desprolija pero provocativa que nació en 2003, o tal vez antes pero desarrollada desde entonces, los incomoda severamente. No la entienden, no la esperaban, no se la bancan. Y, lo peor, no aciertan a encontrarle la vuelta ni tienen la dirigencia política que lo haga. Un grupo comunicacional por aquí, una aristocracia agropecuaria por allá, unos espasmos tilingos más allá, una burguesía berreta más acá, casi siempre tuvieron a los gerentes indicados para hacer el laburo sucio de que la impotencia argentina se endilgara a “los políticos”. Hoy no. Están en dificultades. Y entonces saltan esos mandobles nada más que mediáticos, incapaces –por ahora, quede claro– de trasuntar en algo que los represente como otrora.
Bienvenida la crispación, mientras sea como producto de que por fin hay materias importantes en disputa y no como maquillaje.

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