sábado, 23 de febrero de 2013

Los "soldaditos", el drama de los pibes rosarinos que están fuera de las aulas

Sábado, 23 de febrero de 201308:20 | Educación

Los "soldaditos", el drama de los pibes rosarinos que están fuera de las aulas

Directores de escuelas de Ludueña, Las Flores y Esteban Echeverría hablan de la realidad de los barrios atravesados por la violencia de las bandas narco enquistadas en Rosario.



Beatriz González, Diego Oro, Claudia de Gottardi y Gastón Zencic. (Foto: M. Sarlo)


"Ni un pibe menos", una postal que se multiplica en las paredes de los barrios de Rosario. (Foto: M. Sarlo)

Por Matías Loja / La Capital


La imagen es potente y a la vez desgarradora. El adolescente de 14 o 15 años, “soldadito” de las bandas narco enquistadas en Rosario, observa parado frente a la escuela, como queriendo ingresar. Una escena que los directores de escuela entienden que dispara un doble desafío para la institución: porque si por un lado está el temor lógico de que ingrese a través de este joven la droga a las aulas, por el otro subyace la necesidad de que la escuela lo contenga y salga en su auxilio.

Pero sola no puede. Hace falta un trabajo en red y reforzar una presencia del Estado que en muchos casos se ve desbordado por la realidad. En esto coincide un grupo de directores de tres escuelas de la ciudad, quienes convocados por La Capital, hablan del día a día que se vive en los barrios, atravesados por la marginalidad y el crecimiento exponencial de la criminalidad. En la charla, que se da en medio de las discusiones salariales con la provincia, desfilan como diapositivas una tras otra las situaciones conflictivas que les tocan enfrentar. Y apuntan con dolor: “Los que son mulitas o soldaditos son chicos que dejaron de venir a la escuela”. Pero ese pibe que se fue “es para que después lo encontremos en las páginas policiales del diario”.

Diego Oro es vicedirector del turno tarde en la Técnica Nº 393 “5 de Agosto”, ubicada en Alice y Lamadrid, en barrio Esteban Echeverría, pegadito a La Tablada. Vive a una cuadra y media de la escuela. Un dato que señala como no menor, porque “en cada caso de policial siempre hay alguien que uno termina conociendo”.

Como muestra, recuerda cuando en diciembre pasado reconoció a varios de sus alumnos y ex alumnos entre los que protagonizaron los robos a supermercados. “Eso era lo fuerte: reconocer a los chicos que, quizás, algunos habían venido a rendir un ratito antes. Y ahora estaban en el saqueo, en el montón. Y no estaban solos, sino con la familia”, completa el docente, quien a modo de anécdota agrega: “Cuando la llamé a la directora le dije «si paso lista tengo todo el turno noche presente en la calle»”.

La directora en cuestión es Beatriz González e introduce la naturalización de ciertas situaciones que se transparentan en boca de los propios chicos. Como cuando dos bandas se enfrentaron con armas de fuego en el fondo de la escuela y una maestra protegió a sus alumnos y uno de ellos le dijo: “«Tan cagona sos que le tenés miedo a los tiros»”.

“Desde el año 90 vengo viendo el deterioro”, cuenta la directora. Y confiesa que en el barrio hubo un antes y un después desde la muerte de Roberto “Pimpi” Caminos, el ex jefe de la barra brava de Newell’s asesinado a balazos en marzo de 2010 en la puerta de su casa del barrio Municipal, justo enfrente de la escuela. Tanto Beatriz como Diego subrayan que hasta ese hecho “la escuela era intocable en el barrio”, porque “sin exaltar su figura, él era como un caudillo en el barrio”.

Tocar fondo. El rol de las familias es un punto que los directores consideran clave para entender la compleja trama que se vive en algunas barriadas populares de Rosario. “Lo que me parece que nos está pasando ahora es que existe una dificultad para conectarnos en el lenguaje para charlar con las familias. La escuela es transmisora. Pero evidentemente se están naturalizando tantas cosas, como el tener armas en las casas”, apunta Claudia de Gottardi, directora de la Escuela 1.027 Luisa Mora de Olguín, del barrio Ludueña.

El establecimiento está a una cuadra del comedor que coordina el padre salesiano Edgardo Montaldo. El mismo barrio donde a principios de enero pasado murió atrapada en medio de una balacera entre bandas narco Mercedes Delgado, una catequista que trabajaba en el comedor comunitario San Cayetano. “A raíz de ese hecho —cuenta Claudia— se están organizando y movilizando un poco a las autoridades. Con lo que uno se da cuenta que hay quienes reaccionan cuando le pasa algo a la gente más cercana. Ahí uno tiene que ser astuto, unirse y aprovechar qué es lo que puede hacer la escuela. Pero respetar los tiempos de la gente para que hagan el click”.

Por otra parte, reconoce el potencial de inclusión que puede tener el sistema educativo al contar: “Hay veces que digo que si yo hubiese pasado lo que pasó ese pibe hubiera reventado hace rato. Pero el pibe sigue. Y en eso algo tuvimos que ver”.

Desde hace dos años Gastón Zencic está al frente de la Escuela Nuestra Señora de Itatí de barrio Las Flores. En sintonía con su colega de Ludueña, comenta: “He charlado mucho con los adultos de la escuela sobre cuál va a ser el punto donde toquemos fondo, el click que haga que el barrio se pare y diga basta. Pero lamentablemente me parece que estamos bastante lejos de eso, porque está muy naturalizada la situación de extrema violencia”.

Pero al hablar de violencia, el docente aclara que no sólo se refiere al crecimiento de la criminalidad como la pelea entre bandas de Las Flores y La Granada. En este sentido, propone profundizar el debate sobre una realidad donde “la gente aceptó que está violentada en un barrio donde no hay cloacas, donde una sola línea de colectivo entra y donde si llueve quedan aislados de la ciudad porque solamente hay dos calles para entrar y salir”. Un barrio “que es casi un gueto” y que “si lo cortan con un cuchillo nos borran del mapa”.
  
“Soldaditos”. Las crónicas policiales muestran casi a diario al presencia de bandas narco disputando a los tiros territorios en los barrios de la ciudad. Y en ellas aparecen de forma recurrente la presencia de chicos cooptados por estos grupos para custodiar búnkers de drogas. Son los llamados “soldaditos”. Pibes que deberían estar en las aulas en lugar de pasar horas en un kiosco de venta de estupefacientes.

Sobre este tema, los cuatro directivos coinciden en afirmar que esto que hoy gana minutos en los noticieros “hace tiempo que lo venimos viviendo”. Claudia De Gottardi comenta el caso de chicos de 13 y 14 años que son “mulitas” o “soldaditos” que dejaron de ir a la escuela en agosto “porque fueron absorbidos” por bandas narcos. “Seguridad Comunitaria investiga, doy fe, pero hace falta que todas las instituciones intervengan, para que no terminemos yendo al velatorio de ese chico dentro de cinco meses”.

“El chico que está delinquiendo o es soldadito no está dentro de la escuela. Pero con ese pibe que se nos va sonamos, porque no se va a otra escuela o a un trabajo”, dice Gastón Zencic.

Beatriz González tiene una mirada similar sobre esta problemática: “Los que vos sabés que son soldaditos no vienen a la escuela. No van a ninguna otra, pero los tenés enfrente buscando adeptos”. Los directivos de la Técnica Nº 393 resaltan el desafío de, por un lado “el riesgo que te metan droga dentro de la escuela”, pero por otra parte mostrarles que la escuela es un refugio válido. “En el fondo —agrega Diego, el vice de la 393— los que están fuera de las aulas quieren estar ahí adentro, sino no te parás en la puerta de la escuela. Algo inconciente hay en ellos de querer estar con los otros chicos, pero no soportan los límites, ni cumplir horarios y ciertas condiciones mínimas de convivencia”.

"La escuela te sigue reconociendo por tu nombre y tu historia. Y te espera con un beso y un vaso de leche caliente. Sabemos que sola no puede, pero hay que buscar la forma de hacerles sentir que ése es su lugar”, apunta el docente. Y cierra con una anécdota que, con mezcla de dolor y esperanza, comparten sus colegas: “Me pasa que veo una noticia policial a la mañana y juro que leo los apellidos para ver si reconozco a un alumno mío. Es horrible pensar que vas a identificar a un chico allí. Por eso a veces me pongo contento cuando veo que hay un seguimiento y el pibe al menos está viniendo a clases. Porque la institución escolar todavía existe. Y que esté dentro de la escuela no es poco”.

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