jueves, 11 de junio de 2015

Industria Cultural | Cultura Popular

INDUSTRIA CULTURAL | CULTURA POPULAR



Desde fecha relativamente reciente la expresión industria cultural tiende a sistematizar y describir, en la bibliografía de las ciencias sociales y la COMUNICACIÓN, a los sistemas de producción y distribución de bienes y servicios culturales elaborados en gran escala y destinados fundamentalmente a un mercado de características masivas. Entre esos bienes y servicios, cuya producción y difusión no persigue en todos los casos una exclusiva finalidad de lucro, aunque éste tenga un peso dominante en el conjunto del sistema, podemos mencionar los periódicos, las revistas, la fotografía, el cinematógrafo, los libros, la radiotelefonía, los discos y casetes, los videos, las reproducciones artísticas, las historietas, los recitales musicales, los espectáculos teatrales y coreográficos, la televisión, etcétera.
En líneas generales el complejo que denominamos industria cultural guarda estrecha relación con tres típicos factores configuradores del mundo moderno: el desarrollo de la tecnología, la creación de nuevos géneros y el proceso de alfabetización. En un amplio arco cronológico, se puede decir que este campo particular arranca con la invención de la imprenta de tipos móviles (Gutenberg, 1440-1456), y sigue su marcha acumulativa con la creación del periodismo de interés general (s. XVIII), la constitución del mercado de nuevos lectores desde mediados del siglo XIX, la irrupción gradual de los medios audiovisuales (Edison-Cros, 1877; Lumière, 1895) y el reciente advenimiento de las modernas tecnologías electrónicas, que abren o insinúan fronteras informacionales y comunicológicas de alcances socioculturales insospechables, a pesar de las muy severas reservas interpuestas por los críticos de los nuevos productos.
La industria se ha desarrollado, asimismo, bajo regímenes y formas de propiedad muy distintos entre sí, aunque sus modos de producción parecen responder casi exclusivamente a los afanes de ganancia, y pertenecer, por antonomasia, a la esfera de la iniciativa privada capitalista. La realidad, como dijimos, es que tanto los campos capitalista y socialista como las esferas pública y privada, o las formas mixtas o complementarias, han encarado en todo el mundo, de acuerdo con sus propias pautas y paradigmas, la producción, promoción y circulación de servicios y productos culturales como el libro, el cine, la prensa, la radio, la televisión, el disco, el casete, etc., atendiendo indistintamente a necesidades educacionales, recreativas, políticas, comerciales, etcétera.

La denominada Escuela de Frankfurt, por ejemplo, ha reflexionado con cierta sistematicidad e insistencia sobre la problemática de la industria cultural, ubicándose en los textos de representantes conspicuos como Theodore W. Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcase, etc. en una posición de sesgo irreductiblemente impugnador y apocalíptico. Adorno y Horkheimer se proponen desenmascarar principalmente la estandarización y la “vacuidad social” de la industria cultural y sus productos, y en tal sentido conviene recordad que sus tesis expresan el punto de vista de la crítica europea de tendencia hegeliana, que sospecha que en el campo de la cultura la mayor difusión de bienes está acompañada, de modo perverso, por un simétrico debilitamiento de sus patrimonios, circuitos y tradiciones seculares. Para ambos autores, dentro de las perspectivas de una reflexión general sobre el devenir de la cultura, la industria pauta históricamente; y de manera notoria, la declinación de los grandes patrimonios culturales de Occidente y su llana conversión en mercancía. La transformación del acto cultural en valor de cambio disolverá (para la perspectiva frankfurtiana) la autenticidad y la supuesta potencialidad crítica que podía residir (de modo casi ontológico) en el acto cultural. Esta conversión, a su vez, será el signo de una degradación que involucra a la totalidad de las acciones y los sentimientos humanos, y que las materializa (arraigando en zonas profundas de la subjetividad) en términos de mercancía y valor de cambio.

La conservación y reproducción de la sociedad, desde la óptica de la Escuela de Frankfurt y sus epígonos, se relaciona con la doble universalización de la producción infantil y de la ideología correspondiente, transformadas en causa principal de los comportamientos individuales y sociales.
¿En qué consistiría, pues, la objeción central de los críticos frankfurtianos? En que producidos, distribuidos y consumidos como puras mercancías, los bienes culturales se transforman en promotores de conformismo, identificación pasiva, estandarización, degradación, pérdida de goce y mera reproducción del sistema en su más cruda versión de dominio capitalista-burgués.
Más allá de ciertas imperfecciones, el periodismo, el cine, la radio, las ediciones de bolsillo y la televisión, para esta perspectiva, habrían producido en algo más de un siglo un auténtico proceso de democratización del conocimiento y del disfrute como no se conoció en los siglos anteriores.



INDUSTRIALIZACIÓN. Puede definirse como el proceso por el cual el régimen de producción de un país llega a basarse de modo preponderante en la industria, que desplaza a la producción artesanal, extendiendo sus efectos transformadores a la agricultura. Este proceso de desarrollo económico modifica la estructura de clases y el ordenamiento político de la sociedad en cuestión.
Inglaterra es el primer país en que tuvo lugar este proceso, por lo que REVOLUCIÓN INDUSTRIAL constituye una referencia obligada toda vez que se habla de industrialización y, consiguientemente, de desarrollo del CAPITALISMO, modo de producción al que, en términos históricos, va indisolublemente ligada.
Marx analizó exhaustivamente el proceso de industrialización, diferenciando en su desarrollo las siguientes etapas:

Cooperación: Es la forma de trabajo de muchos obreros coordinados y reunidos con arreglo a un plan en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos, pero enlazados. La escala de la producción depende del grado de concentración de medios de producción en manos de cada capitalista.
En su forma simple, la cooperación coincide con la producción en gran escala que tiene lugar en los orígenes de la manufactura, cuando ésta aún no se ha impuesto sobre el artesanado.

Manufactura: La cooperación basada en la DIVISIÓN DEL TRABAJO asume su forma clásica en la manufactura. Tanto para Marx como para quiénes estudiaban estos temas en su época, el término manufactura tenía un sentido distinto del actual, en que es sinónimo de industria. Para Marx se refería a una etapa primitiva de la industrialización, que se extiende desde mediados del s. XVI hasta el último tercio del s. XVIII. La división manufacturera del trabajo supone la concentración de los medios de producción en manos de un capitalista. Por otra parte, es la descomposición de un oficio manual en las diversas operaciones manuales que lo integran, operaciones que conservan su carácter manual, dependiendo de la fuerza, destreza, rapidez y seguridad del obrero individual en el manejo de su herramienta.
La expansión del mercado mundial y el sistema colonial suministraron al período manufacturero abundante material para el régimen de división del trabajo dentro de la sociedad, que se opera por medio de la compra y venta de los productos de las diversas ramas industriales. De este modo, la máquina pone fin a la actividad manual artesana como principio normativo de la producción

Maquinaria y gran industria. La Revolución Industrial del s. XVIII arranca de la “máquina-herramienta”, que podría definirse como el conjunto de herramientas mecánicas engranadas en un mecanismo. Esta máquina sustituye al obrero que maneja una sola herramienta por un mecanismo que opera con un conjunto de herramientas movidas por una fuerza motriz.



CULTURA POPULAR.

La cultura popular ha ido gestando su propio espacio significativo por oposición al folclore o saber tradicional rural, de modo que logró insertarse como la tercera variante entre el FOLCLORE y la cultura cultivada, alta cultura o cultura letrada. A tal punto que, en la consciencia del hombre actual, aspectos de ellas se superponen, a la vez que asimilan o reelaboran elementos de la avasallante cultura de masas. Esa cultura popular urbana tiene su propia historia, que arranca de principios del s. XVIII en Inglaterra, del crecimiento de las grandes metrópolis modernas y de la llamada industria cultural. No debe confundirse, sin embargo, con la mencionada cultura de masas, cuyos objetivos homogeneizadores responden a los grandes centros de poder mundial, aunque se nutra a su manera de ella, internalizando pasivamente sus pautas o resemantizando sus mensajes en provecho propio.
Todo lo anterior supone que la CULTURA no es un bloque compacto sino, en todo caso, la articulación dinámica de diversas SUBCULTURAS. Por eso también puede definirse la cultura popular como distinto de los grupos o clases sociales subalternas marginadas en diferentes formas de los bienes de producción. Es claro que, a partir de ahí, unos la igualan con lo desagrado de la cultura superior, en tanto otros la caracterizan sobre todo por su resistencia respecto de las imposiciones (por ejemplo, la estricta delimitación de lo legítimo y lo vulgar) dictadas por las minorías dirigentes.
Para pensar la dinámica cultural, pues, algunos intelectuales recurrieron a las dicotomías genuino-espurio, convalidando el carácter de la primera; u oficial/marginal, buscando disimular la misma jerarquización; o asimiladora-reactiva, enfatizando las aspiraciones neutralizadoras de los dueños del poder frente a quienes no se resignan a declinar su identidad. Con el recurso de doble entrada y múltiple combinatoria, el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla traza el siguiente cuadro de “la dinámica del control cultural”:

Elementos                                 Decisiones
                   Culturales              Propias                                Ajenas

                       Propios                  CULTURA                        CULTURA
                                                    AUTÓNOMA                    ENAJENADA

                      Ajenos                   CULTURA                        CULTURA
                                                   APROPIADA                     IMPUESTA


En otros términos, la cultura propia (suma de la cultura autónoma y de la apropiada), en tanto impide la deculturación, asegura, sobre todo en las regiones menos favorecidas del mundo como es el caso de América latina, “la continuidad histórica de una sociedad (un pueblo, una comunidad)” a despecho de sus conquistadores o expoliadores. Más recientemente, el marxista francés Louis Althusser (“Ideólogie et appareils idéologiques d´Etat”, en La Pensée, núm. 51, junio de 1970) reforzó la noción de que la burguesía ejerce su dominación manipuladora a través de lo que llamó “aparatos ideológicos del Estado” (en especial, la escuela y los medios masivos).



CULTURA Y CIVILIZACIÓN. La mayor parte de los países de la actualidad son pluriétnicos y pluriculturales. En ellos, la cultura nacional (recordad que nación es un concepto cultural que implica comparición) no puede significar otra cosa que el ámbito de confluencia de las culturas y subculturas vigentes. En los países dependientes, la cultura oficial y la cultura de masas se convierten en cultura envolvente, y la CULTURA POPULAR (mestiza para América Latina y el Caribe) se constituye en el basamento de toda cultura nacional posible. Por identidad cultural se entiende la disponibilidad de un patrimonio cultural exclusivo o propio, junto a patrimonios culturales compartidos. La denominada cultura universal no existe, habiendo sido hasta ahora tan sólo planetarización de la civilización occidental.
El término cultura parece originarse en la expresión latina colere que, haciendo referencia inicial a la recolección, se aplicó luego a la acción del preparado de la tierra para su cultivación: cultus agri, en tanto cultudeorum se aplicó a los dioses.

Fuentes:

  • D. Bell et al., Industria Cultural y sociedad de masas, Caracas, Monte Ávila, 1974.
  • D. W. Brogan, “Cultura superior y cultura de masas”, en Diógenes, núm. 5, Buenos Aires, marzo de 1954. – M. Horkheimer y Th. W. Adorno, “La industria cultural: iluminismo como mistificación de masas”, en Dialéctica del iluminismo, Buenos Aires, Sur, 1970. – J. Martín Barbero, “Memoria narrativa e industria cultural”, en rev. Comunicación y cultura”, en rev. Comunicación y cultura, NÚM. 10, México, agosto de 1983. – J. Rest, “Situación del arte en la era tecnológica”, en Revista de la Universidad de Buenos Aires, 5ª. época, VI, 2, Buenos Aires, 1961.

[Jorge B. Rivera]

DICCIONARIO de CIENCIAS SOCIALES Y POLÍTICAS
Supervisión de TORCUATO S. DI TELLA
Hugo Chumbita
Paz Gajardo
Susana Gamba

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