RESUMEN
GIORGIO MORI
Economía y sociedad
en Gran Bretaña
en la segunda mitad
del siglo XVIII
Traducción castellana
de
CARLOS ELORDI
EDITORIAL CRÍTICA
Grupo editorial
Grijalbo
BARCELONA
Capítulo 4
EL ADVENIMIENTO DEL
“FACTORY SYSTEM”
Sin duda alguna, el marco en el que las evoluciones que
determinaron este tipo de reflexiones alcanzó más altos niveles de consistencia
y claridad fue, lo hemos dicho y repetido varias veces, el delimitado por la
novísima industria algodonera.
Existen pruebas irrefutables de que poco después de 1740
funcionaban algunas fábricas dedicadas a la hilatura del algodón que utilizaban
las máquinas de Paul y Wyatt. Algunos años más tarde, en 1767, también James
Hargreaves realizó un intento personal en este sentido.
Lo realizó en su vivienda de Ramsclough y fracasó a causa de
la destrucción de las jennies, por
aquel entonces no perfeccionadas, a manos de los hiladores furibundos por la
posibilidad de la pérdida de su trabajo.
Por tanto se considera correcta la opinión de quien dice que
las primeras fábricas con máquinas, como siempre destinadas a la hilatura de
algodón, es decir, los primeros núcleos activos del factory system, fueron aquellas que estuvieron vinculadas al nombre
de uno de los poquísimos inventores que se convirtió en afortunado empresario,
al de Richard Arkwright; y en el fondo, las características de la Jenny , es decir, su fácil adaptabilidad al
trabajo realizado en las viviendas domésticas dan de ello una explicación
válida, más allá del mero dato anecdótico.
Una vez patentado su invento se trasladó a Nottingham,
ciudad en la que la demanda de hilados era sostenida e iba en aumento, e
inmediatamente instaló allí su primer establecimiento cuyas dimensiones, por
otra parte, no parece que fueran muy superiores de las de aquel otro montado
casi treinta años antes por Paul y Wyatt en Birmingham.
En el curso de apenas doce años Arkwright, solo, con los
mismos o con otros socios, se convirtió en propietario de al menos otro ocho
hilanderías de algodón y únicamente en la zona de los Midlands.
El water frame tuvo
una difusión inmediata que fue más allá de las fábricas de su inventor. El
cual, por su cuenta, había montado otras fuera de los Midlands; por ejemplo,
una en Manchester en 1783 y al poco tiempo, en 1784, una segunda en sociedad
con David Dale, futuro luego de Robert Owen, en la misma New Lanark que veinte
años más tarde sería el lugar de trabajo y de compromiso político social de
éste último.
La amplia evasión, no comprobable pero indudable, de las obligaciones
respecto del inventor y la derrota judicial de Arkwright, hicieron aún más
rápido el proceso de difusión de las water
frame, al tiempo que ya había tenido lugar la invención y, lo cual es un
hecho aún más significativo, el rápido éxito de la máquina de Crompton, la mule Jenny.
Poco más de veinte años más tarde Crompton consiguió
enumerar 650 fábricas para hilar algodón con un total de más de cinco millones
de husos instalados, 155.000 de los cuales eran de Jenny, cerca de 310.000 de water
frame y 4.600.000 de mule Jenny. Es
un hecho que antes de terminar el siglo XVIII el factory system estaba sólidamente instalado en la industria
algodonera y en Gran Bretaña: y aunque la práctica del “subcontrato”
seguramente no se quedó a las puertas de las industrias, factory system equivale a fábricas con máquinas y obreros pagados
mediante un salario. Probablemente las mayores empresas se encontraban en el
área escocesa: en ella y en el transcurso de pocos años los capitales
procedentes del anterior comercio oceánico y en especial de la importación de
tabaco se habían dedicado masivamente a la nueva actividad algodonera y habían
surgido sociedades por acciones que apoyaban dicha conversión, puesto que la
prohibición de constituirlas, establecida en Inglaterra después de los
escándalos de la Compañía
de los Mares del Sur, no había sido extendida a Escocia.
La mayor parte de las hilanderías de Lancashire y regiones
próximas, a las que se refieren los datos más particularizados de la
investigación realizada por Crompton en 1811, no alcanzaban en esa fecha los
15.000 husos instalados, y eran 526 sobre 573, pero de las otras 47.32 tenían
entre 15.000 y 30.000, diez entre 30.000 y 50.000, cuatro entre 60.000 y 90.000
(dos de ellas eran propiedad de Jesse Howard y de Peter Marsland y estaban
ubicadas en Stockport y las otras dos en Manchester, siendo, respectivamente,
de McConnell y Kennedy y de Adam y George Murria, y una, la de Samuel Horrocks
en Preston, tenía más de 100.000.
La aparición del water
frame primeramente y aún más la de la mule,
con la posibilidad, ofrecida por dichas máquinas, de instalar en cada una
de ellas decenas y centenares de husos, la adecuación casi instantánea de la
segunda máquina de vapor de Watt (los Robinson habían empezado a utilizarla en
1785 en su instalación de Papplewick y ya hemos visto en qué medida estaba
presente en el sector alrededor de 1800, así como, y obviamente, una demanda
que parecía estar lanzada a una carrera hacia la expansión sin fin, fueron los
principales factores de empuje de es a inaudita progresión.
En realidad se ha podido observar que muchos molinos de
trigo, así como un número indeterminado de viviendas existentes en las
proximidades de cursos de agua y otros edificios modestos en cuyo interior se
desarrollaban en el pasado actividades productivas de distinto tipo (en ellos
se trabajaba el lino, la seda, la lana) fueron convertidos, especialmente
después de la invención del water frame,
en auténticas hilanderías de algodón con unos gastos de instalación de escasa
entidad.
Sin embargo, la mayor parte de los nuevos empresarios habían
de adquirir las máquinas en establecimientos que ya se estaban especializando
en estas actividades y que estuvieron en condiciones de ofrecer ocasiones
nuevas e inesperadas a la siderurgia inglesa cuando las máquinas empezaron a
ser construidas, casi completamente, en hierro. En todo caso era frecuente,
especialmente en los comienzos, que esos establecimientos pertenecieran a los
más despiertos y poderosos de sus colegas algodoneros. Pero sin duda alguna el
gasto mayor era destinado a la compra de la máquina de vapor, al menos para
quien decidía tener una en su establecimiento.
Hay que tener presente que, según opiniones entonces
corrientes y acreditadas, un caballo de potencia podía mover aproximadamente
350 husos.
Según algunas investigaciones y las clasificaciones
ingeniosamente establecidas hace no mucho por un historiador inglés, parece
posible trazar un cuadro bastante preciso de la situación referente a los
capitales invertidos en la industria algodonera de la isla antes de finales del
siglo XVIII, incluso en términos cuantitativos.
Explotando con mucho juicio los archivos de una compañía
aseguradora este historiador consiguió en primer lugar dividir las hilanderías
en las siguientes categorías: una primera, las de pequeña dimensión, compuestas
por instalaciones movidas por tornos de caballo cuyo valor en edificio y
maquinaria se estimaba por término medio alrededor de las 1000-2000 libras esterlinas;
una segunda, con dos variantes, eran las de las hilanderías movidas por la
fuerza del agua: el grupo menor normalmente tenía tres o cuatro edificios concebidos
para un total de cerca de 1000 husos y estos edificios tenían 25 metros de longitud y
10 de anchura; tanto las dimensiones de los edificios como el número de husos
instalados en el grupo mayor doblaban los del anterior; la valoración de estas
instalaciones se situaba, respectivamente, en torno a las 3000 y las 5000 libras esterlinas;
la tercera, y más importante, incluía hilanderías movidas generalmente por
máquinas de vapor y normalmente muy semejantes entre sí, aunque sólo fuera
porque eran montadas por un restringido número de especialistas.
Estas fábricas utilizaban casi siempre mule jennies, tenían una potencialidad de 3000 husos, y aún más, y
su valor se estimaba en un mínimo de 10.000 libras
esterlinas. Sobre la base de dicha clasificación Chapman ha llegado a calcular
un dato agregado según el cual, en 1975, el capital fijo de la industria
algodonera inglesa ascendía aproximadamente a 2.500.000 libras
esterlinas, de las que cerca de 500.000 correspondían a instalaciones
domésticas (normalmente relacionadas con la elaboración de tejidos) y el resto
a las hilanderías centralizadas. Este valor se repartiría de la siguiente manera
entre las áreas de mayor importancia algodonera:
Midlands…………………. 386.000 €
Regiones
Septentrionales… 1.250.000 €
Escocia…………………… 392.000 €
2.028.000 €
Aceptando como válidas unas estimaciones que se hicieron por
aquel entonces, el capital fijo invertido en la industria algodonera había
alcanzado poco más de veinte años después 6.300.000 libras
esterlinas.
Hay quién las ha estimado, aunque tal vez quedándose por
debajo de la realidad, en el 100 por 100 respecto del capital fijo, pero se
sabe bastante bien que los empresarios fueron capaces de hacerles frente sin
demasiadas complicaciones no sólo gracias a los
bancos de provincias (country
banks) o al crédito de los comerciantes, sino también explotando
ventajosamente las técnicas del truck
system, es decir, el pago del salario, total o parcialmente, en forma de
géneros de subsistencia, o las del long
pay, es decir, el pago aplazado.
En la década 1780-1789 los salarios obreros crecieron, por
término medio, alrededor del 6 por 100 y el precio del algodón en bruto
alrededor del 59 por 100 (aunque a partir de 1790 la tendencia sufrió una
inversión muy visible de tal modo que al término de la última década del siglo
XVIII se podía estimar una disminución del 3 por 100) y no hay duda de que los
precios de venta se mantuvieron normalmente en una línea de flexión acentuada:
pero el aumento de la producción en el período comprendido entre 1780 y 1789
fue del 227 por 100.
Gracias a la renuncia a los beneficios anuales, con
excepción de un parte modestísima dedicada las necesidades familiares, y sin
recurrir a posteriores aportaciones, bien fueran internas o externas, el
capital social sufrió, cómo se pudo constatar en su tiempo, las siguientes
variaciones:
1795… 1769 € 13 sh. 6 d.
1800… 21.673 8 11
1805… 67.207
1810… 88.374 10 9
Pero la formación de las fortunas de la industria algodonera
se debió, como decía John Hobson, a la “existencia de un amplio y accesible
mercado (interior) caracterizado por la existencia de una población deseosa y
económicamente capaz de consumir los productos de la industria capitalista”.
En el pasado se ha discutido mucho sobre la influencia de la
moda de los algodones indios en la Inglaterra del siglo XVIII y sobre su éxito entre
las señoras que vivían en las ciudades y en las casas solariegas del campo.
Pero actualmente es incontestable que la demanda procedente de las clases
menores, bajas y medias, que ya desde hacía tiempo consumían telas indias
estampadas en Inglaterra, fue decisiva para la conquista del mercado interior
por parte de los tejidos de algodón producidos por la naciente industria del
país.
Los hombres llevaban prendas de algodón, incluso más que las
mujeres, y también se utilizaban en medida creciente tejidos de algodón para
usos domésticos.
En definitiva, el mercado interior como base del éxito de
las telas de algodón inglesas, y poco tiempo antes, los calicós indios estampados
en la isla habían tenido una función igual, era una consecuencia directa del
creciente predominio de las relaciones sociales de producción de tipo
capitalista que se habían verificado en primer lugar en las zonas rurales de la Inglaterra del siglo
XVIII.
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