América: ¿Descubrimiento o Colonización?
A su disposición, dejamos un resúmen de fragmentos anecdóticos del diario que el Almirante Cristóbal Colón escribió durante su recorrido por el Continente Americano, y dice así:
Martes,
1 de enero de 1493
A media
noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga para traer el ruibarbo.
Volvió a vísperas con un serón de ello; no trajeron más porque no llevaron
azada para cavar: aquello llevó por muestra a los Reyes. El rey de aquella
tierra dice que había enviado muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a
saber de la Pinta y el marinero y no la hallaron. Dijo aquel marinero que a
veinte leguas de allí habían visto un rey que traía en la cabeza dos grandes
plastas de oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y
vio también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante que el rey
Guacanagarí debía de haber prohibido a todos que no vendiesen oro a los
cristianos, porque pasase todo por su mano. Mas él había sabido los lugares,
como dije anteayer, donde lo había en tanta cantidad que no lo tenían en
precio. También la especiería que, como dice el Almirante, es mucha y más vale
que pimiento y manegueta. Dejaba encomendados a los que allí quería dejar que
hubiesen cuanta pudiesen.
Miércoles,
2 de enero
Salió
de mañana en tierra para despedirse del rey Guacanagarí y partirse en el nombre
del Señor, y diole una camisa suya y mostróle la fuerza que tenían y efecto que
hacían las lombardas, por lo cual mandó armar una y tirar al costado de la nao
que estaba en tierra, porque vino a propósito de platicar sobre los caribes,
con quien tienen guerra, y vio hasta dónde llegó la lombarda y cómo pasó el
costado de la nao y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también una
escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al cacique que no
hubiese miedo a los caribes aunque viniesen. Todo esto dice que hizo el
Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba, y por ponerle
miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la casa donde
estaba aposentado y a los otros que iban con él. Encomendóle mucho el Almirante
a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo Escobedo, que dejaba
juntamente por sus tenientes de aquella gente que allí dejaba, porque todo
fuese bien regido y gobernado a servicio de Dios y de Sus Altezas. Mostró mucho
amor el cacique al Almirante y gran sentimiento en su partida, mayormente
cuando lo vio ir a embarcarse. Dijo al Almirante un privado de aquel rey, que
había mandado hacer una estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante,
y que dende a diez días la habían de traer. Embarcóse con propósito de partir
luego, mas el viento no le dio lugar. Dejó en aquella isla Española, que los
indios dice que llamaban Bohío, treinta y nueve hombres con la fortaleza, y
dice que muchos amigos de aquel rey Guacanagarí, y sobre aquélíos, por sus
tenientes, a Diego de Arana, natural de Córdoba, y a Pedro Gutiérrez, repostero
de estrado del Rey, criado del despensero mayor, y a Rodrigo de Escobedo,
natural de Segovia, sobrino de fray Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de
los Reyes tenía. Dejóles todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar
para los rescates, que eran muchas, para que las trocasen y rescatasen por oro,
con todo lo que traía la nao. Dejóles también pan bizcocho para un año y vino y
mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros que eran
los más, fuesen, cuando viesen que convenía, a descubrir la mina de oro, porque
a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro, y lugar donde se
asentase una villa, porque aquél no era puerto a su voluntad; mayormente que el
oro que allí traían venía dice que del Este, y cuanto más fuesen al Este tanto
estaban cercanos de España. Dejóles también simientes para sembrar, y sus
oficiales, escribano y alguacil, y un carpintero de naos y calafate y un buen
lombardero, que sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y
todos dice que hombres de la mar.
Jueves,
3 de enero
No
partió hoy porque anoche dice que vinieron tres de los indios que traía de las
islas que se habían quedado, y dijéronle que los otros y sus mujeres vendrían
al salir del sol. La mar también fue algo alterada, y no pudo la barca estar en
tierra; determinó partir mañana, mediante la gracia de Dios. Dijo que si él
tuviera consigo la carabela Pinta tuviera por cierto de llevar un tonel de oro,
porque osara seguir las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser
solo, porque no le acaeciese algún inconveniente y se impidiese su vuelta a
Castilla y la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había
hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegara a salvamento en España
con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo que deseaba;
pero porque no sabía de él y porque, ya que vaya, podrá informar a los Reyes de
mentiras porque no le manden dar la pena que él merecía, como quien tanto mal
había hecho y hacía en haberse ido sin licencia y estorbar los bienes que
pudieran hacerse y saberse de aquella vez, dice el Almirante, confiaba que
Nuestro Señor le daría buen tiempo y se podría remediar todo.
Viernes,
4 de enero
Saliendo
el sol, levantó las anclas con poco viento, con la barca por proa el camino del
Noroeste para salir fuera de la restinga, por otra canal más ancha de la que
entró, la cual y otras son muy buenas para ir por delante de la Villa de la
Navidad, y por todo aquello el más bajo fondo que halló fueron tres brazas
hasta nueve, y estas dos van de Noroeste al Sudeste, según aquellas restingas
eran grandes que duran desde el Cabo Santo hasta el Cabo de Sierpe, que son más
de seis leguas, y fuera en la mar bien tres y sobre el Cabo Santo bien tres, y
sobre el Cabo Santo a una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y dentro
del dicho cabo, de la parte del Este, hay muchos bajos y canales para entrar
por ellos, y toda aquella costa se corre Noroeste Sudeste y es toda playa, y la
tierra muy llana hasta bien cuatro leguas la tierra adentro. Después hay
montañas muy altas y es toda muy poblada de poblaciones grandes y buena gente,
según se mostraban con los cristianos. Navegó así al Este, camino de un monte
muy alto que quiere parecer isla pero no lo es, porque tiene participación con
tierra muy baja, el cual tiene forma de un alfaneque muy hermoso, al cual puso
nombre Monte Cristi, el cual está justamente al Este del Cabo Santo, y habrá
dieciocho leguas. Aquel día, por ser el viento muy poco, no pudo llegar al
Monte Cristi con seis leguas. Halló cuatro isletas de arena muy bajas, con una
restinga que salía mucho al Noroeste y andaba mucho al Sudeste. Dentro hay un
grande golfo que va desde dicho monte al Sudeste bien veinte leguas, el cual
debe ser todo de poco fondo y muchos bancos, y dentro de él en toda la costa
muchos ríos no navegables, aunque aquel marinero que el Almirante envió con la
canoa a saber nuevas de la Pinta dijo que vio un río en el cual podían entrar
naos. Surgió por allí el Almirante seis leguas de Monte Cristi en diecinueve
brazas, dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restingas que
por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso que el que
hubiere de ir a la Villa de la Navidad, que conociere a Monte Cristi, debe
meterse en la mar dos leguas, etc.; pero porque ya se sabe la tierra y más por
allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en aquella isla y que hay
mucho oro y especiería y almáciga y ruibarbo.
Sábado,
5 de enero
Cuando
el sol quería salir, dio la vela con el terral; después ventó Este, y vio que
de la parte del Sursudeste del Monte Cristi, entre él y una isleta, parecía ser
buen puerto para surgir esta noche, y tomó el camino al Essueste, y después al
Sursudeste bien seis leguas, diecisiete brazas de fondo y muy limpio, y anduvo
así tres leguas con el mismo fondo. Después bajó a doce brazas hasta el morro
del monte, y sobre el morro del monte a una legua halló nueve, y limpió todo,
arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y la isleta,
adonde halló tres brazas y media de fondo con bajamar, muy singular puerto
adonde surgió. Fue con la barca a la isleta, donde halló fuego y rastro de que
habían estado allí pescadores. Vio allí muchas piedras pintadas de colores, o
cantera de piedras tales de labores naturales muy hermosas, dice que para
edificios de iglesia o de otras obras reales, como las que halló en la isleta
de San Salvador. Halló también en esta isleta muchos pies de almáciga. Este
Monte Cristi dice que es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y
toda la tierra cerca de él es maja, muy linda campiña, y él queda así alto que
viéndolo de lejos parece isla que no comunique con alguna tierra. Después del
dicho monte, al Este, vio un cabo a veinticuatro millas al cual llamó Cabo del
Becerro, desde el cual hasta el dicho monte pasan en la mar bien dos leguas
unas restingas de bajos, aunque le pareció que había entre ellas canales para
poder entrar; pero conviene que sea de día y vaya sondando con la barca
primero. Desde el dicho monte al Este hacia el Cabo del Becerro las cuatro
leguas es todo playa y tierra muy baja y hermosa, y lo otro es todo tierra muy
alta y grandes montañas labradas y hermosas, y dentro de la tierra va una
sierra de Nordeste al Sudeste, la más hermosa que había visto, que parece
propia como la sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy
altas hacia el Sur y del Sudeste y muy grandes valles y muy verdes y muy
hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible que no
creía encarecerlo la milésima parte. Después vio, al Este de dicho monte, una
tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi en grandeza y
hermosura. Y dende a la cuarta del Este al Nordeste es tierra no tan alta, y
habría bien cien millas o cerca.
Domingo,
6 de enero
Aquel
puerto es abrigado de todos los vientos, salvo de Norte y Noroeste, y dice que
poco reinan por aquella tierra, y aun de éstos se pueden guarecer detrás de la
isleta: tiene tres hasta cuatro brazas. Salido el sol, dio la vela por ir la
costa delante, la cual toda corría al Este, salvo que es menester dar resguardo
a muchas restingas de piedra y arena que hay en la dicha costa. Verdad es que
dentro de ellas hay buenos puertos y buenas entradas por sus canales. Después
de medio día ventó este recio, y mandó subir a un marinero al topo del mástil
para mirar los bajos, y vio venir la carabela Pinta con Este a popa, y llegó al
Almirante, y porque no había donde surgir por ser bajo, volvióse el Almirante
al Monte Cristi a desandar diez leguas atrás que había andado, y la Pinta con
él. Vino Alonso Pinzón a la carabela Niña, donde iba el Almirante, a excusar
diciendo que se había partido de él contra su voluntad, dando razones por ello;
pero el Almirante dice que eran falsas todas, y que con mucha soberbia y
codicia se había apartado aquella noche que se apartó de él, y que no sabía,
dice el Almirante, de dónde le hubiesen venido las soberbias y deshonestidad
que había usado con él aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por
no dar lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje como
hasta entonces había hecho, sino que por dicho de un indio de los que el
Almirante le había encomendado con otros que llevaba en su carabela, el cual le
había dicho que en una isla que se llamaba Baneque había mucho oro, y como
tenía el navío sutil y ligero se quiso apartar e ir por sí dejando al
Almirante. Pero el Almirante quisose detener y costear la isla Juana y la
Española, pues todo era un camino del Este. Después que Martín Alonso fue a la
isla Baneque dice que no halló nada de oro, y se vino a la costa de la Española
por información de otros indios que le dijeron haber en aquella isla Española,
que los indios llamaban Bohío, mucha cantidad de oro y muchas minas, y por esta
causa llegó cerca de la Villa de la Navidad, obra de quince leguas, y había
entonces más de veinte días; por lo cual parece que fueron verdad las nuevas
que los indios daban, por las cuales envió el rey Guacanagarí la canoa, y el
Almirante el marinero, y debía ser ida cuando la canoa llegó. Y dice aquí el
Almirante que rescató la carabela mucho oro, que por un cabo de agujeta le
daban buenos pedazos de oro del tamaño de dos dedos y a veces como la mano, y
llevaba el Martín Alonso la mitad y la otra mitad se repartía por la gente.
Añade el Almirante diciendo a los Reyes: «Así que, Señores Príncipes, que yo
conozco que milagrosamente mandó quedar allí aquella nao Nuestro Señor, porque
es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más cerca de las
minas del oro.» También dice que supo que detrás de la isla Juana, de la parte
del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en
ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla
Española se cogían pedazos de oro de las minas como granos de trigo Llamábase,
dice, aquella isla Yamaye. También dice que supo el Almirante que allí, hacia
el Este, había una isla adonde no había sino solas mujeres, y esto dice que de
muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, y la otra isla Yamaye,
estaban cerca de tierra firme diez jornadas de canoa, que podían ser sesenta o
setenta leguas, y que era la gente vestida allí.
Lunes,
7 de enero
Este
día hizo tomar un agua que hacía la carabela y calafatearía, y fueron los
marineros en tierra a traer leña y dice que hallaron muchos almácigos y
liñáloe.
Martes,
8 de enero
Por el
viento Este y Sudeste mucho que ventaba no partió este día, por lo cual mandó
que se guarneciese la carabela de agua y leña y de todo lo necesario para todo
el viaje, porque, aunque tenía voluntad de costear toda la costa de aquella
Española que andando el camino pudiese, pero, porque los que puso en las
carabelas por capitanes eran hermanos, conviene a saber Martín Alonso Pinzón y
Vicente Yáñez, y otros que le seguían con soberbia y codicia estimando que todo
era ya suyo, no mirando la honra que el Almirante les había hecho y dado, no
habían obedecido ni obedecían sus mandamientos, antes hacían y decían muchas
cosas no debidas contra él, y el Martín Alonso lo dejó desde el 21 de noviembre
hasta el 6 de enero sin causa alguna ni razón sino por su desobediencia, todo
lo cual el Almirante había sufrido y callado por dar buen fin a su viaje, así
que, por salir de tan mala compañía, con los cuales dice que cumplía disimular,
aunque eran gente desmandada, y aunque tenía dice que consigo muchos hombres de
bien, pero no era tiempo de entender en castigo, acordó volverse y no parar
más, con la mayor prisa que le fue posible. Entró en la barca y fue al río, que
es allí junto, hacia el Sursudoeste del Monte Cristi una grande legua, donde
iban los marineros a tomar agua para el navío, y halló que el arena de la boca
del río, el cual es muy grande y hondo, era dice que toda llena de oro y en
tanto grado que era maravilla, puesto que era muy menudo. Creía el Almirante
que por venir por aquel río abajo se desmenuzaba por el camino, puesto que dice
que en poco espacio halló muchos granos tan grandes como lentejas; mas de lo
menudito dice que había mucha cantidad. Y, porque la mar era llena y entraba
agua salada con la dulce, mandó subir con la barca el río arriba un tiro de
piedra: henchieron los barriles desde la barca y, volviéndose a la carabela,
hallaron metidos por los aros de los barriles pedacitos de oro, y lo mismo en
los aros de la pipa. Puso por nombre el Almirante al río el Río del Oro, el
cual de dentro pasada la entrada muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca
muy ancha, y de él a la Villa de Navidad hay diecisiete leguas. Entremedias hay
otros muchos ríos grandes; en especial tres, los cuales creía que debían tener
mucho más oro que aquél, porque son más grandes, puesto que éste es casi tan
grande como el Guadalquivir por Córdoba; y de ellos a las minas del oro no hay
veinte leguas ~ Dice más el Almirante: que no quiso tomar de la dicha arena que
tenía tanto oro, pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y a la puerta de su
Villa de Navidad, sino venirse a más andar por llevarles las nuevas y quitarse
de la mala compañía que tenía y que siempre había dicho que era gente
desmandada.
Miércoles,
9 de enero
A media
noche levantó las velas con el viento Sudeste y navegó al Esnordeste; llegó a
una punta que llamó Punta Roja, que está justamente al Este del Monte Cristi
sesenta millas. Y al abrigo de ella surgió a la tarde, que serían tres horas
antes de que anocheciese. No osó salir de allí de noche, porque había muchas
restingas, hasta que se sepan, porque después serán provechosas si tienen, como
deben tener, canales, y tienen mucho fondo y buen surgidero seguro de todos
vientos. Estas tierras, desde Monte Cristi hasta allí donde surgió, son tierras
altas y llanas y muy lindas campiñas, y a las espaldas muy hermosos montes que
van de Este a Oeste, y son todos labrados y verdes, que es cosa de maravilla
ver su hermosura, y tienen muchas riberas de agua. En toda esta tierra hay
muchas tortugas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte Cristi que
venían a desovar en tierra, y eran muy grandes como una grande tablachina. El
día pasado, cuando el Almirante iba al Río del Oro, dijo que vio tres sirenas
que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan,
que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces
vio algunas en Guinea, en la Costa Manegueta. Dice que esta noche, con el
nombre de Nuestro Señor, partiría a su viaje sin más detenerse en cosa alguna,
pues había hallado lo que buscaba, porque no quiere más enojo con aquel Martín
Alonso hasta que Sus Altezas supiesen las nuevas de su viaje y de lo que ha
hecho; «y después no sufriré -dice él- hechos de malas personas y de poca
virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra presumen hacer su
voluntad con poco acatamiento».
Jueves,
10 de enero
Partióse
de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un río, al cual puso nombre río
de Gracia; dista de la parte del Sudeste tres leguas. Surgió a la boca, que es
buen surgidero, a la parte del Este. Para entrar dentro tiene un banco, que no
tiene sino dos brazas de agua y muy angosto: dentro es buen puerto cerrado,
sino que tiene mucha broma. Y de ella iba la carabela Pinta, donde iba Martín
Alonso, muy maltratada, porque dice que estuvo allí rescatando dieciséis días,
donde rescataron mucho oro, que era lo que deseaba Martín Alonso. El cual,
después que supo de los indios que el Almirante estaba en la costa de la misma
isla Española y que no lo podía errar, se vino para él. Y dice que quisiera que
toda la gente del navío jurara que no habían estado allí sino seis días. Mas
dice que era cosa tan pública su maldad, que no podía encubrir. El cual, dice
el Almirante, tenía hechas leyes que fuese para él la mitad del oro que se
rescatase o se hubiese. Y cuando hubo de partirse de allí, tomó cuatro hombres
indios y dos mozos por fuerza, a los cuales el Almirante mandó dar de vestir y
tornar en tierra que se fuesen a sus casas; «lo cual -dice- es servicio de
Vuestras Altezas, así de esta isla en especial como de las otras. Mas aquí,
donde tienen ya asiento Vuestras Altezas, se debe hacer honra y favor a los
pueblos, pues que en esta isla hay tanto oro y buenas tierras y especiería».
Viernes,
11 de enero
A media
noche salió del Río de Gracia con el terral; navegó al Este, hasta un cabo que
llamó Belprado, cuatro leguas; y de allí al Sudeste está el monte a quien puso
Monte de Plata y dice que hay ocho leguas. De allí del cabo Belprado, al Este
cuarta del Sudeste, está el cabo que dijo del Angel, y hay dieciocho leguas; y
de este cabo al Monte de Plata hay un golfo y tierras las mejores y más lindas
del mundo, todas campiñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro, y
después hay una sierra, que va de Este a Oeste, muy grande y muy hermosa; y al
pie del monte hay un puerto muy bueno y en la entrada tiene catorce brazas, y
este monte es muy alto y hermoso, y todo esto es poblado mucho. Y creía el
Almirante debía haber buenos ríos y mucho oro. Del Cabo del Angel al Este
cuarta del Sudeste, hay cuatro leguas a una punta que puso del Hierro; y al
mismo camino, a cuatro leguas, está una punta que llamó la Punta Seca; y de
allí al mismo camino, a seis leguas, está el cabo que dijo Redondo; y de allí
al Este está el cabo Francés; y en este cabo, de la parte del Este, hay una
angla grande, mas no le pareció haber surgidero. De allí a una legua está el
Cabo del Buen Tiempo; de éste al Sur cuarta del Sudeste hay un cabo que llamó
Tejado, una grande legua; y de éste hacia el Sur vio otro cabo, y parecióle que
habría quince leguas. Hoy hizo gran camino, porque el viento y las corrientes
iban con él. No osó surgir, por miedo a los bajos, y así estuvo a la corda toda
la noche.
Sábado,
12 de enero
Al
cuarto del alba navegó al Este con viento fresco y anduvo así hasta el día, y
en este tiempo veinte millas, y en dos horas después andaría veinticuatro
millas. De allí vio al Sur tierra, y fue hacia ella, y estaría de ella cuarenta
y ocho millas y dice que, dado resguardo al navío, andaría esta noche
veintiocho millas al Nornordeste. Cuando vio la tierra, llamó a un cabo que vio
el Cabo de Padre e Hijo, porque a la punta de la parte del Este tiene dos
farallones, mayor el uno que el otro. Después, al Este dos leguas, vio una
grande abra y muy hermosa entre dos grandes montañas, y vio que era grandísimo
puerto, bueno y de muy buena entrada; pero, por ser muy de mañana y no perder
camino, porque por la mayor parte del tiempo hace por allí Estes y entonces le
lleva Nornoroeste, no quiso detenerse más. Siguió su camino al Este hasta un
cabo muy alto y muy hermoso y todo de piedra tajado a quien puso por nombre
Cabo del Enamorado, el cual estaba al Este de aquel puerto a quien llamó Puerto
Sacro, treinta y dos millas; y, en llegando a él, descubrió otro muy más
hermoso y más alto y redondo, de peña todo, así como el Cabo de San Vicente en
Portugal, y estaba del Enamorado al Este doce millas. Después que llegó a
emparejarse con el del Enamorado, vio, entremedias de él y de otro, que se
hacía una grandísima bahía que tiene de ancho tres leguas, y en medio de ella
está una isleta pequeñuela; el fondo es mucho a la entrada hasta tierra. Surgió
allí en doce brazas, envió la barca en tierra por agua y por ver si había
lengua, pero la gente toda huyó. Surgió también por ver si toda era aquella una
tierra con la Española; y lo que dijo ser golfo sospechaba no fuese otra isla
por sí. Quedaba espantado de ser tan grande la isla Española.
Domingo,
13 de enero
No
salió de este puerto por no hacer terral con que saliese. Quisiera salir por ir
a otro mejor puerto, porque aquél era algo descubierto, y porque quería ver en
qué paraba la conjunción de la Luna con el Sol, que esperaba a 17 de este mes,
y la oposición de ella con Júpiter y conjunción con Mercurio y el Sol en
opósito con Júpiter, que es causa de grandes vientos. Envió la barca a tierra
en una hermosa playa para que tomasen de los ajes para comer, y hallaron
ciertos hombres con arcos y flechas, con los cuales se pararon a hablar, y les
compraron dos arcos y muchas flechas y rogaron a uno de ellos que fuese a
hablar al Almirante a la carabela; y vino, el cual dice que era muy disforme en
la catadura más que otros que hubiesen visto. Tenía el rostro todo tiznado de
carbón, puesto que en todas partes acostumbran de teñir de diversos colores.
Traía todos los cabellos muy largos y encogidos y atados atrás y después
puestos en una redecilla de plumas de papagayos, y él así desnudo como los
otros. Juzgó el Almirante que debía ser de los caribes que comen los hombres, y
que aquel golfo que ayer había visto que hacía apartamiento de tierra y que
sería isla por sí. Preguntóle por los caribes y señalóle al Este, cerca de
allí; la cual dice que ayer vio el Almirante antes que entrase en aquella
bahía, y díjole el indio que en ella había muy mucho oro, señalándole la popa
de la carabela, que era bien grande, y que pedazos había tan grandes. Llamaba
al oro tuob y no entendía por caona, como le llaman en la primera parte de la
isla, ni por nocay, como lo nombran en San Salvador y en las otras islas. Al
alambre o a un oro bajo llaman en La Española tuob. De la isla de Matinino dijo
aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres, y que en ella hay
mucho tuob, que es oro o alambre, y que es más al Este de Carib. También dijo
de la isla de Goanin, adonde hay mucho tuob. De estas islas dice el Almirante
que por muchas personas hace días había noticia. Dice más el Almirante; que en
las islas pasadas estaban con gran temor de Carib, y en algunas le llamaban
Caniba, pero en La Española Carib; y que debe de ser gente arriscada, pues
andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. Dice que
entendía algunas palabras, y por ellas dice que saca otras cosas, y que los
indios que consigo traía entendían más, puesto que hallaba diferencia de
lenguas por la gran distancia de las tierras. Mandó dar al indio de comer, y
diole pedazos de paño verde y colorado y cuentezuelas de vidrio, a que ellos
son muy aficionados, y tornóle a enviar a tierra y díjole que trajese oro si lo
había, lo cual creía por algunas cositas suyas que él traía. En llegando la
barca a tierra, estaban detrás los árboles bien cincuenta y cinco hombres
desnudos, con los cabellos muy largos, así como las mujeres los traen en
Castilla. Detrás de la cabeza traían penachos de plumas de papagayos y de otras
aves, y cada uno traía su arco. Descendió el indio en tierra e hizo que los otros
dejasen sus arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un... muy pesado
que traen en lugar de espada; los cuales después se llegaron a la barca, y la
gente de la barca salió a tierra y comenzáronles a comprar los arcos y flechas
y las otras armas, porque el Almirante así lo tenía ordenado. Vendidos dos
arcos, no quisieron dar más; antes se aparejaron de arremeter a los cristianos
y prenderlos. Fueron corriendo a tomar sus arcos y flechas donde los tenían
apartados y tornaron con cuerdas en las manos para dice que atar a los
cristianos. Viéndolos venir corriendo a ellos, estando los cristianos
apercibidos, porque siempre los avisaba de esto el Almirante, arremetieron los
cristianos a ellos, y dieron a un indio una gran cuchillada en las nalgas y a otro
por los pechos hirieron con una saetada, a lo cual, visto que podían ganar poco
aunque no eran los cristianos sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron a
huir que no quedó ninguno, dejando uno aquí las flechas y otro allí los arcos.
Mataran dice que los cristianos muchos de ellos si el piloto que iba por
capitán de ellos no lo estorbara. Volviéronse luego a la carabela los
cristianos con su barca, y, sabido por el Almirante, dijo que por una parte le
había pesado y por otra no, porque haya miedo a los cristianos, porque sin
duda, dice él, la gente de allí es dice que de mal hacer y que creía que eran
los de Carib y que comiesen los hombres, y porque, viniendo por allí la barca
que dejó a los treinta y nueve hombres en la fortaleza y Villa de la Navidad,
tengan miedo de hacerles algún mal. Y que si no son de los caribes, al menos
deben ser fronteros y de las mismas costumbres y gente sin miedo, no como los
otros de las otras islas, que son cobardes y sin armas fuera de razón. Todo
esto dice el Almirante y que querría tomar algunos de ellos. Dice que hacían
muchas ahumadas como acostumbraban en aquella isla Española.
Lunes,
14 de enero
Quisiera
enviar esta noche a buscar las casas de aquellos indios por tomar algunos de
ellos, creyendo que eran caribes, y... por el mucho Este y Nordeste y mucha ola
que hizo en la mar; pero, ya de día, vieron mucha gente de indios en tierra,
por lo cual mandó el Almirante ir allá la barca con gente bien aderezada, los
cuales luego vinieron todos a la popa de la barca, y especialmente el indio que
el día antes había venido a la carabela y el Almirante le había dado las
cosillas de rescate. Con éste dice que venía un rey, el cual había dado al
indio dicho unas cuentas que diese a los de la barca en señal de seguro y de
paz. Este rey, con tres de los suyos, entraron en la barca y vinieron a la
carabela. Mandóles el Almirante dar de comer bizcocho y miel y diole un bonete
colorado y cuentas y un pedazo de paño colorado, y a otros también pedazos de
paño, el cual dijo que traería mañana una carátula de oro, afirmando que allí
había mucho, y en Carib y Matinino. Después los envió a tierra bien contentos.
Dice más el Almirante: que le hacían agua mucha las carabelas por la quilla, y
quéjase mucho de los calafates que en Palos las calafatearon muy mal y que
cuando vieron que el Almirante había entendido el defecto de su obra y los
quisiera constreñir a que la enmendaran, huyeron; pero, no obstante la mucha
agua que las carabelas hacían, confía en Nuestro Señor que lo trajo, le tornará
por su piedad y misericordia, que bien sabía Su Alta Majestad cuánta
controversia tuvo primero antes que se pudiese expedir de Castilla, que ninguno
otro fue en su favor sino El, porque El sabía su corazón y, después de Dios,
Sus Altezas, y todo lo demás le había sido contrario sin razón alguna. Y dice
más así: «y han sido causa que la Corona Real de Vuestras Altezas no tenga cien
cuentos de renta más de la que tiene después que yo vine a les servir, que son
siete años ahora a 20 días de enero este mismo mes, y más lo que acrecentado
sería de aquí en adelante. Mas aquel poderoso Dios remediará todo». Estas son
sus palabras.
Martes,
15 de enero
Dice
que quiere partir porque ya no aprovecha nada detenerse, por haber pasado
aquellos desconciertos (debe decir del escándalo de los indios). Dice también
que hoy ha sabido que toda la fuerza del oro estaba en la comarca de la Villa
de la Navidad de Sus Altezas, y que en la isla de Carib había mucho alambre y
en Matinino, puesto que será dificultoso en Carib, porque aquella gente dice
que come carne humana, y que de allí se parecía la isla de ellos y que tenía
determinado de ir allá, pues está en el camino, y a la de Matinino que dice que
era poblada toda de mujeres sin hombres, y ver la una y la otra y tomar dice
algunos de ellos. Envió el Almirante la barca a tierra, y el rey de aquella
tierra no había venido, porque dice que la población estaba lejos; mas envió su
corona de oro, como había prometido, y vinieron otros muchos hombres con
algodón y con pan de ajes, todos con sus arcos y flechas. Después que todo lo
hubieron rescatado, vinieron dice que cuatro mancebos a la carabela, y
pareciéronle al Almirante dar tan buena cuenta de todas aquellas islas que
estaban hacia el Este, en el mismo camino que el Almirante había de llevar, que
determinó de traer a Castilla consigo. Allí dice que no tenían hierro ni otro
metal que se hubiese visto, aunque en pocos días no se puede saber de una
tierra mucho, así por la dificultad de la lengua, que no entendía el Almirante,
sino por discreción, como porque ellos no saben lo que él pretendía en pocos
días. Los arcos de aquella gente dice que eran tan grandes como los de Francia
e Inglaterra; las flechas son propias como las azagayas de las otras gentes que
hasta allí había visto, que son de los pimpollos de las cañas cuando son
simiente, que quedan muy derechas y de longura de una vara y media y de dos, y
después ponen al cabo un pedazo de palo agudo de un palmo y medio; y encima de
este palillo algunos le injertan un diente de pescado, y algunos y los más le
ponen allí hierba, y no tiran como en otras partes, salvo por una cierta manera
que no pueden mucho ofender. Allí había mucho algodón y muy fino y luengo y hay
muchas almácigas, y parecíale que los arcos eran de tejo, y que hay oro y
cobre. También hay mucho ají, que es su pimienta, de ella que vale más que
pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana: puédense
cargar cincuenta carabelas cada año en aquella Española. Dice que halló mucha
hierba en aquella bahía, de la que hallaron en el golfo cuando venía el
descubrimiento, por lo cual creía que había islas al Este hasta en derecho de
donde las comenzó a hallar: porque tiene por cierto que aquella hierba nace en
poco fondo junto a tierra; y dice que, si así es, muy cerca estaban estas
Indias de las islas de Canaria, y por esta razón creía que distaban menos de
cuatrocientas leguas.
Miércoles,
16 de enero
Partió
antes del día, tres horas, del golfo que llamó el Golfo de las Flechas, con
viento de la tierra, después con viento Oeste, llevando la proa al Este cuarta
del Nordeste para ir dice que a la isla de Carib, donde estaba la gente de
quien todas aquellas islas y tierras tanto miedo tenían, porque dice que con
sus canoas sin número andaban todas aquellas mares y dice que comían los
hombres que pueden haber. La derrota dice que le habían mostrado unos indios de
aquellos cuatro que tomó ayer en el Puerto de las Flechas. Después de haber
andado a su parecer sesenta y cuatro millas, señaláronle los indios quedaría la
dicha isla al Sudeste; quiso llevar aquel camino y mandó templar las velas, y,
después de haber andado dos leguas, refrescó el viento muy bueno para ir a
España. Notó en la gente que comenzó a entristecerse por desviarse del camino
derecho, por la mucha agua que hacían ambas carabelas, y no tenían algún
remedio salvo el de Dios. Hubo de dejar el camino que creía que llevaba de la
isla y volvió al derecho de España, Nordeste cuarta del Este, y anduvo así
hasta el sol puesto cuarenta y ocho millas, que son doce leguas. Dijéronle los
indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que dice que era
poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar
dice que a los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen
bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que cogían
las carabelas; mas dice que era cierto que las había, y que cierto tiempo del
año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que dice que estaba
de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los
hombres, y si niña dejábanla consigo. Dice el Almirante que aquellas dos islas
no debían distar de donde había partido quince o veinte leguas, y creía que
eran al Sudeste, y que los indios no le supieron señalar la derrota. Después de
perder de vista el cabo que nombró de San Theramo, de la isla Española, que le
quedaba al Oeste dieciséis leguas, anduvo doce leguas al Este cuarta del
Nordeste. Llevaba muy buen tiempo.
Jueves,
17 de enero
Ayer,
al poner del sol calmóse algo el viento; andaría catorce ampolletas, que tenía
cada una media hora o poco menos, hasta el rendir del primer cuarto, y andaría
cuatro millas por hora, que son veintiocho millas. Después refrescó el viento y
anduvo así todo aquel cuarto, que fueron diez ampolletas, y después otras seis,
hasta salido el sol, ocho millas por hora, y así andaría por todas ochenta y
cuatro millas que son veintiuna leguas al Nordeste cuarta del Este, y hasta el
sol puesto andaría más de cuarenta y cuatro millas, que son once leguas, al
Este. Aquí vino un alcatraz a la carabela y después otro, y vio mucha hierba de
la que está en la mar.
Viernes,
18 de enero
Navegó
con poco viento esta noche al Este cuarta del Sudeste cuarenta millas, que son
diez leguas, y después al Sudeste cuarta del Este treinta millas, que son siete
leguas y media, hasta salido el sol. Después de salido el sol navegó todo el
día con poco viento Esnordeste y Nordeste y con Este más y menos, puesta la
proa a veces al Norte y a veces a la cuarta del Nordeste y al Nornordeste; y
así, contando lo uno y lo otro, creyó que andaría sesenta millas, que son
quince leguas. Pareció poca hierba en la mar; pero dice que ayer y hoy pareció
la mar cuajada de atunes, y creyó el Almirante que de allí debían de ir a las
almadrabas del Duque de Conil y de Cádiz. Por un pescado que se llama
rabihorcado, que anduvo alrededor de la carabela y después se fue la vía del
Sursudeste, creyó el Almirante que había por allí algunas islas. Y al Essueste
de la isla Española dijo que quedaba la isla de Carib y la de Matinino y otras
muchas.
Sábado,
19 de enero
Anduvo
esta noche cincuenta y seis millas al Norte cuarta del Nordeste, y sesenta y
cuatro al Nordeste cuarta del Norte. Después del sol salido, navegó al Nordeste
con el viento Essueste, con viento fresco, y después a la cuarta del Norte, y
andaría ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Vino la mar cuajada
de atunes pequeños: hubo alcatraces, rabos de juncos y rabihorcados.
Domingo,
20 de enero
Calmó
el viento esta noche, y a ratos ventaba unas rachas de viento, y andaría por
todo veinte millas al Nordeste. Después del sol salido, andaría once millas al
Sudeste, después al Nornordeste treinta y seis millas, que son nueve leguas.
Vio infinitos atunes pequeños. Los aires dice que muy suaves y dulces, como en
Sevilla por abril o mayo, y la mar, dice, a Dios sean dadas muchas gracias,
siempre muy llana. Rabihorcados y pardelas y otras aves muchas parecieron.
Lunes,
21 de enero
Ayer,
después del sol puesto, navegó al Norte cuarta del Nordeste, con el viento Este
y Nordeste: andaría ocho millas por hora hasta media noche, que serían
cincuenta y seis millas. Después anduvo al Nornordeste ocho millas por hora, y
así serían, en toda la noche, ciento cuatro millas, que son veintiséis leguas,
a la cuarta del Norte de la parte del Nordeste. Después del sol salido, navegó
al Nornordeste con el mismo viento Este, y a veces a la cuarta del Nordeste, y
andaría ochenta y ocho millas en once horas que tenía el día, que son veintiuna
leguas, sacada una que perdió porque arribó sobre la carabela Pinta por
hablarle. Hallaba los aires más fríos, y pensaba dice que hallarlos más cada
día cuanto más se llegase al Norte, y también por las noches ser más grandes
por la angostura de la esfera. Parecieron muchos rabos de juncos y pardelas y
otras aves; pero no tantos peces, dice que por ser el agua más fría. Vio mucha
hierba.
Martes,
22 de enero
Ayer,
después del sol puesto, navegó al Nornordeste con viento Este y tomaba del
Sudeste; andaba ocho millas por hora hasta pasadas cinco ampolletas, y tres
antes que se comenzase la guardia, que eran ocho ampolletas. Y así habría andado
setenta y dos millas, que son dieciocho leguas. Después anduvo a la cuarta del
Nordeste al Norte seis ampolletas, que serían otras dieciocho millas. Después
cuatro ampolletas de la segunda guarda al Nordeste, seis millas por hora, que
son tres leguas al Nordeste. Después, hasta el salir del sol, anduvo al
Esnordeste once ampolletas, seis leguas por hora, que son siete leguas. Después
al Esnordeste, hasta las once horas del día, treinta y dos millas. Y así calmó
el viento y no anduvo más en aquel día. Nadaron los indios. Vieron rabos de
juncos y mucha hierba.
Miércoles,
23 de enero
Esta
noche tuvo muchos mudamientos en los vientos; tanteado todo y dados los
resguardos que los marineros buenos suelen y deben dar, dice que andaría esta
noche al Nordeste cuarta del Norte ochenta y cuatro millas, que son veintiuna
leguas. Esperaba muchas veces a la carabela Pinta, porque andaba mal de la
bolina, porque se ayudaba poco de la mesana por el mástil no ser bueno; y dice
que si el capitán de ella, que es Martín Alonso Pinzón, tuviera tanto cuidado
de proveerse de un buen mástil en las Indias, donde tantos y tales había, como
fue codicioso de se apartar de él, pensando de henchir el navío de oro, él lo
pusiera bueno. Parecieron muchos rabos de juncos y mucha hierba: el cielo todo
turbado estos días; pero no había llovido, y la mar siempre muy llana como en
un río, a Dios sean dadas muchas gracias. Después del sol salido, andaría al
Nordeste franco cierta parte del día treinta millas, que son siete leguas y
media, y después lo demás anduvo al Esnordeste otras treinta, que son siete
leguas y media.
Jueves,
24 de enero
Andaría
esta noche toda, consideradas muchas mudanzas que hizo el viento al Nordeste,
cuarenta y cuatro millas, que fueron once leguas. Después de salido el sol
hasta puesto, andaría al Esnordeste catorce leguas.
Viernes,
25 de enero
Navegó
esta noche al Esnordeste un pedazo de la noche, que fueron trece ampolletas,
nueve leguas y media; después anduvo al Nornordeste otras seis millas. Salido
el sol todo el día, porque calmó el viento, andaría al Esnordeste veintiocho
millas, que son siete leguas. Mataron los marineros una tonina y un grandísimo
tiburón, y dice que lo habían bien menester, porque no traían ya de comer sino
pan y vino y ajes de las Indias.
Sábado,
26 de enero
Esta
noche anduvo al Este cuarta del Sudeste cincuenta y seis millas, que son
catorce leguas. Después del sol salido, navegó a las veces al Essueste y a las
veces al Sudeste; andaría hasta las once horas del día cuarenta millas. Después
hizo otro bordo, y después anduvo a la relinga, y hasta la noche anduvo hacia
el Norte veinticuatro millas, que son seis leguas.
Domingo,
27 de enero
Ayer,
después del sol puesto, anduvo al Nordeste y al Norte, y al Norte cuarta del
Nordeste, y andaría cinco millas por hora, y en trece horas serían sesenta y
cinco millas, que son dieciséis leguas y media. Después del sol salido, anduvo
hacia el Nordeste veinticuatro millas, que son seis leguas hasta mediodía, y de
allí hasta el sol puesto andaría tres leguas al Esnordeste.
Lunes,
28 de enero
Esta
noche toda navegó al Esnordeste, y andaría treinta y seis millas, que son nueve
leguas. Después del sol salido, anduvo hasta el sol puesto al Esnordeste veinte
millas, que son cinco leguas. Los aires halló templados y dulces. Vio rabos de
juncos y pardelas y mucha hierba.
Martes,
29 de enero
Navegó
al Esnordeste y andaría en la noche con Sur y Sudoeste treinta y nueve millas,
que son nueve leguas y media. Entre todo el día andaría ocho leguas. Los aires
muy templados como en abril en Castilla; la mar muy llana: peces que llaman
dorados vinieron a bordo.
Miércoles,
30 de enero
En toda
esta noche andaría siete leguas al Esnordeste. De día corrió al Sur cuarta al
Sudeste, trece leguas y media. Vio rabos de juncos y mucha hierba y muchas
toninas.
Jueves,
31 de enero
Navegó
esta noche al Norte cuarta del Nordeste treinta millas, y después al Nordeste
treinta y cinco millas, que son dieciséis leguas. Salido el sol, hasta la noche
anduvo al Esnordeste trece leguas y media. Vieron rabos de junco y pardelas.
Viernes,
1 de febrero
Anduvo
esta noche al Esnordeste dieciséis leguas y media. El día corrió al mismo
camino veintinueve leguas y un cuarto; la mar muy llana, a Dios gracias.
Sábado,
2 de febrero
Anduvo
esta noche al Esnordeste cuarenta millas, que son diez leguas. De día, con el
mismo viento a popa, corrió siete millas por hora; por manera que en once horas
anduvo setenta y siete millas, que son diecinueve leguas y cuarta; la mar muy
llana, gracias a Dios, y los aires muy dulces. Vieron tan cuajada la mar de
hierba que, si no la hubieran visto, temieran ser bajos. Pardelas vieron.
Domingo,
3 de febrero
Esta
noche, yendo a popa con la mar muy llana, a Dios gracias, andaría veintinueve
leguas. Parecióle la estrella del Norte muy alta, como en el Cabo de San
Vicente. No pudo tomar la altura con el astrolabio ni cuadrante, porque la ola
no le dio lugar. El día navegó al Esnordeste su camino, y andaría diez millas
por hora, y, así, en once horas veintisiete leguas.
Lunes,
4 de febrero
Esta
noche navegó al Este cuarta del Nordeste; parte anduvo doce millas por hora y
parte diez, y así andaría ciento treinta millas, que son treinta y dos leguas y
media. Tuvo el cielo muy turbado y lluvioso e hizo algún frío, por lo cual dice
que conocía que no había llegado a las islas de los Azores. Después sol
levantado, mudó el camino y fue al Este. Anduvo en todo el día setenta y siete
millas, que son diecinueve leguas y cuarta.
Martes,
5 de febrero
Esta
noche navegó al Este; andaría toda ella cincuenta y cuatro millas, que son
catorce leguas menos media. El día corrió diez millas por hora, y, así, en once
horas fueron ciento diez millas, que son veintisiete leguas y media. Vieron
pardelas y unos palillos, que era señal que estaban cerca de tierra.
Miércoles,
6 de febrero
Navegó
esta noche al Este; andaría once millas por hora. En trece horas de la noche
andaría ciento cuarenta y tres millas, que son treinta y cinco leguas y cuarta.
Vieron muchas aves y pardelas. El día corrió catorce millas por hora, y, así,
anduvo aquel día ciento cincuenta y cuatro millas, que son treinta y ocho
leguas y media; de manera que fueron, entre día y noche, sesenta y cuatro
leguas poco más o menos. Vicente Yáñez dijo que hoy por la mañana le quedaba la
isla de Flores al Norte y la de Madera al Este. Roldán dijo que la isla del
Fayal o la de San Gregorio le quedaba al Nornordeste y el Puerto Santo al Este.
Pareció mucha hierba.
Jueves,
7 de febrero
Navegó
esta noche al Este; andaría diez millas por hora, y, así, en trece horas ciento
y treinta millas, que son treinta y dos leguas y media; el día, ocho millas por
hora, en once horas ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas. En esta
mañana estaba el Almirante al Sur de la isla de Flores sesenta y cinco leguas,
y el piloto Pedro Alonso, yendo al Norte, pasaba entre la Tercera y la de Santa
María, y al Este pasaba de barlovento de la isla de Madera doce leguas de la parte
del Norte. Vieron los marineros hierba de otra manera que la pasada, de la que
hay mucha en la isla de los Azores. Después se vio de la pasada.
Viernes,
8 de febrero
Anduvo
esta noche tres millas por hora al Este por un rato, y después caminó a la cuarta
del Sudeste; anduvo toda la noche doce leguas. Salido el sol, hasta mediodía
corrió veintisiete millas; después, hasta el sol puesto, otras tantas, que son
trece leguas al Sursudeste.
Sábado,
9 de febrero
Un rato
de esta noche andaría tres leguas al Sursudeste; después al Sur cuarta del
Sudeste; después al Nordeste, hasta las diez horas del día, otras cinco leguas,
y después, hasta la noche, anduvo nueve leguas al Este.
Domingo,
10 de febrero
Después
del sol puesto, navegó al Este toda la noche ciento treinta millas, que son
treinta y dos leguas y media; el sol salido, hasta la noche anduvo nueve millas
por hora, y así anduvo en once horas noventa y nueve millas, que son
veinticuatro leguas y media y una cuarta.
En la
carabela del Almirante carteaban y echaban punto Vicente Yáñez y los dos
pilotos Sancho Ruiz y Pedro Alonso Niño y Roldán, y todos ellos pasaban mucho
adelante de las islas de los Azores al Este por sus cartas; y, navegando al
Norte, ninguno tomara la isla de Santa María, que es la postrera de todas las
de los Azores. Antes, serían delante con cinco leguas, y fueran en la comarca
de la isla de la Madera o en el Puerto Santo. Pero el Almirante se hallaba muy
desviado de su camino, hallándose mucho más atrás que ellos, porque esta noche
le quedaba la isla de Flores al Norte, y al Este iba en demanda a Nafe en
África, y pasaba a barlovento de la isla de la Madera de la parte del Norte...
leguas. Así que ellos estaba más cerca de Castilla que el Almirante con ciento
cincuenta leguas. Dice que, mediante la gracia de Dios, desque vean tierra se
sabrá quién andaba más cierto. Dice aquí también que primero anduvo doscientas
sesenta y tres leguas de la isla del Hierro a la venida que viese la primera
hierba, etc.
Lunes,
11 de febrero
Anduvo
esta noche doce millas por hora a su camino, y, así, en toda ella contó treinta
y nueve leguas, y en todo el día corrió dieciséis leguas y media. Vio muchas
aves, de donde creyó estar cerca de tierra.
Martes,
12 de febrero
Navegó
al Este seis millas por hora esta noche, y andaría hasta el día setenta y tres
millas, que son dieciocho leguas y un cuarto. Aquí comenzó a tener grande mar y
tormenta: y, si no fuera la carabela dice que muy buena y bien aderezada,
temiera perderse. El día correría once o doce leguas, con mucho trabajo y
peligro.
Miércoles,
13 de febrero
Después
del sol puesto hasta el día, tuvo gran trabajo del viento y de la mar muy alta
y tormenta; relampagueó hacia el Nordeste tres veces; dijo ser señal de gran
tempestad que había de venir de aquella parte o de su contrario. Anduvo a árbol
seco lo más de la noche; después dio una poca de vela y andaría cincuenta y dos
millas, que son trece leguas. En este día blandeó un poco el viento; pero luego
creció y la mar se hizo terrible y cruzaban las olas que atormentaban los
navíos. Andaría cincuenta y cinco millas, que son trece leguas y media.
Jueves,
14 de febrero
Esta
noche creció el viento y las olas eran espantables, contraria una de otra, que
cruzaban y embarazaban el navío que no podía pasar adelante ni salir de
entremedias de ellas y quebraban en él; llevaba el papahígo muy bajo, para que
solamente lo sacase algo de las ondas: andaría así tres horas y correría veinte
millas. Crecía mucho la mar y el viento; y, viendo el peligro grande, comenzó a
correr a popa donde el viento lo llevase, porque no había otro remedio.
Entonces comenzó a correr también la carabela Pinta, en que iba Martín Alonso,
y desapareció, aunque toda la noche hizo faroles el Almirante y el otro le
respondía; hasta que parece que no pudo más por la fuerza de la tormenta y
porque se hallaba muy fuera del camino del Almirante. Anduvo el Almirante esta
noche al Nordeste cuarta del Este, cincuenta y cuatro millas, que son trece
leguas. Salido el sol, fue mayor el viento y la mar cruzando más terrible:
llevaba el papahígo solo y bajo, para que el navío saliese de entre las ondas
que cruzaban, porque no lo hundiesen. Andaba el camino del Esnordeste, y
después a la cuarta hasta el Nordeste; andaría seis horas así, y en ellas siete
leguas y media. El ordenó que se echase un romero que fuese a Santa María de
Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera y que hiciesen voto todos
que al que cayese la suerte cumpliese la romería, para lo cual mandó traer
tantos garbanzos cuantas personas en el navío venían y señalar uno con un
cuchillo haciendo una cruz y meterlos en un bonete bien revueltos. El primero
que metió la mano fue el Almirante y sacó el garbanzo de la cruz, y así cayó
sobre él la suerte y desde luego se tuvo por romero y deudor de ir a cumplir el
voto. Echóse otra vez la suerte para enviar romero a Santa María de Loreto, que
está en la marca de Ancona, tierra del Papa, que es casa donde Nuestra Señora
ha hecho y hace muchos y grandes milagros, y cayó la suerte a un marinero del
Puerto de Santa María, que se llamaba Pedro de Villa, y el Almirante le
prometió de le dar dineros para las costas. Otro romero acordó que se enviase a
que velase una noche en Santa Clara de Moguer e hiciese decir una misa, para lo
cual se tornaron a echar los garbanzos con el de la cruz, y cayó la suerte al
mismo Almirante. Después de esto, el Almirante y toda la gente hicieron voto
de, en llegando a la primera tierra, ir todos en camisa en procesión a hacer
oración en una iglesia que fuese de la invocación de Nuestra Señora.
Allende
los votos generales o comunes, cada uno hacía en especial su voto, porque
ninguno pensaba escapar, teniéndose todos por perdidos, según la terrible
tormenta que padecían. Ayudaba a acrecentar el peligro que venía el navío con
falta de lastre, por haberse alivianado la carga, siendo ya comidos los
bastimentos y el agua y vino bebido, lo cual, por codicia del próspero tiempo
que entre las islas tuvieron, no proveyó el Almirante, teniendo propósito de lo
mandar lastrar en la isla de las Mujeres, adonde llevó propósito de ir. El
remedio que para esta necesidad tuvo fue, cuando hacerlo pudieron, henchir las
pipas que tenían vacías de agua y vino, de agua de la mar, y con esto en ella
se remediaron. Escribe aquí el Almirante las causas que le ponían temor de que
allí Nuestro Señor no quisiese que pereciese y otras que le daban esperanza de
que Dios lo había de llevar en salvamento, para que tales nuevas como llevaba a
los Reyes no pereciesen. Parecíale que el deseo grande que tenía de llevar estas
nuevas tan grandes y mostrar que había salido verdadero en lo que había dicho y
proferídose a descubrir, le ponía grandísimo miedo de no lo conseguir, y que
cada mosquito dice que le podía perturbar e impedir. Atribúyelo esto a su poca
fe y desfallecimiento de confianza de la Providencia Divina. Confortábanle, por
otra parte, las mercedes que Dios le había hecho en darle tanta victoria,
descubriendo lo que descubierto había y cumplídole Dios todos sus deseos,
habiendo pasado en Castilla en sus despachos muchas adversidades y
contrariedades. Y que como antes hubiese puesto su fin y enderezado todo su
negocio a Dios y le había oído y dado todo lo que le había pedido, debía creer
que le daría cumplimiento de lo comenzado y le llevaría en salvamento. Mayormente
que, pues le había librado a la ida, cuando tenía mayor razón de temer de los
trabajos que tenía con los marineros y gente que llevaba, los cuales todos a
una voz estaban determinados de se volver y alzarse contra él haciendo
protestaciones, y el eterno Dios le dio esfuerzo y valor contra todos y otras
cosas de mucha maravilla que Dios había mostrado en él y por él en aquel viaje,
allende aquellas que Sus Altezas sabían de las personas de su casa; así que
dice que no debiera temer la dicha tormenta. Mas su flaqueza y congoja -dice
él- «no me dejaba asentar la ánima». Dice más, que también le daban gran pena
dos hijos que tenía en Córdoba al estudio, que los dejaba huérfanos de padre y
madre en tierra extraña, y los Reyes no sabían los servicios que les había en
aquel viaje hecho y las nuevas tan prósperas que les llevaba para que se
moviesen a los remediar. Por esto y porque supiesen Sus Altezas cómo Nuestro
Señor le había dado victoria de todo lo que deseaba de las Indias y supiesen
que ninguna tormenta había en aquellas partes, lo cual dice que se puede
conocer por la hierba y los árboles que están nacidos y crecidos hasta dentro
en la mar, y porque si se perdiese con aquella tormenta los Reyes hubiesen
noticia de su viaje, tomó un pergamino y escribió en él todo lo que pudo de
todo lo que había hallado, rogando mucho a quien lo hallase que lo llevase a
los Reyes. Este pergamino envolvió en un paño encerado, atado muy bien, y mandó
traer un gran barril de madera y púsolo en él sin que ninguna persona supiese
qué era, sino que pensaron todos que era alguna devoción; y así lo mandó echar
en la mar. Después, con los aguaceros y turbionadas, se mudó el viento al
Oeste, y andaría así a popa sólo con el trinquete cinco horas con la mar muy
desconcertada; y andaría dos leguas y media al Nordeste. Había quitado el
papahígo de la vela mayor, por miedo que alguno onda de la mar no se lo llevase
del todo.
Viernes,
15 de febrero
Ayer,
después del sol puesto, comenzó a mostrarse claro el cielo de la banda del
Oeste, y mostraba que quería de hacia allí ventar. Dio la boneta a la vela
mayor: todavía era la mar altísima, aunque iba algo bajándose. Anduvo al
Esnordeste cuatro millas por hora y en trece horas de noche fueron trece
leguas. Después del sol salido vieron tierra: parecíales por proa al
Esnordeste; algunos decían que era la isla de la Madera, otros que era la Roca
de Sintra en Portugal, junto a Lisboa. Saltó luego el viento por proa
Esnordeste, y la mar venía muy alta del Oeste; habría de la carabela a tierra
cinco leguas. El Almirante, por su navegación, se hallaba estar con las islas
de los Azores, y creía que aquella era una de ellas: los pilotos y marineros se
hallaban ya con tierra de Castilla.
Sábado,
16 de febrero
Toda
esta noche anduvo dando bordos por encabalgar la tierra que ya se conocía ser
isla. A veces iba al Nordeste, otras al Nornordeste, hasta que salió el sol,
que tomó la vuelta del Sur por llegar a la isla que ya no veían por la gran
cerrazón, y vio por popa otra isla que distaría ocho leguas. Después del sol
salido, hasta la noche anduvo dando vueltas por llegarse a la tierra con el
mucho viento y mar que llevaba. Al decir la Salve, que es a boca de noche,
algunos vieron lumbre de sotavento, y parecía que debía ser la isla que vieron
ayer primero; y toda la noche anduvo barloventeando y allegándose lo más que
podía para ver si al salir del sol veía alguna de las islas. Esta noche reposó
el Almirante algo, porque desde el miércoles no había dormido ni podido dormir,
y quedaba muy tullido de las piernas por estar siempre desabrigado al frío y al
agua y por el poco comer. El sol salido, navegó al Sursudoeste, y a la noche
llegó a la isla y por la gran cerrazón no pudo conocer qué isla era.
Lunes,
18 de febrero
Ayer,
después del sol puesto, anduvo rodeando la isla para ver dónde había de surgir
y tomar lengua. Surgió con un anda que luego perdió. Tomó a dar la vela y
barloventeó toda la noche. Después del sol salido, llegó otra vez de la parte
del Norte de la isla, y donde le pareció surgió con un anda, y envió la barca
en tierra y hubieron habla con la gente de la isla, y supieron cómo era la isla
de Santa María, una de las de los Azores, y enseñáronles el puerto donde habían
de poner la carabela; y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta tormenta
como la que había hecho los quince días pasados y que se maravillaban cómo
habían escapado; los cuales dice que dieron gracias a Dios e hicieron muchas
alegrías por las nuevas que sabían de haber el Almirante descubierto las
Indias. Dice el Almirante que aquella su navegación había sido muy cierta y que
había carteado bien, que fuesen dadas muchas gracias a Nuestro Señor, aunque se
hacía algo delantero. Pero tenía por cierto que estaba en la comarca de las
islas de los Azores, y que aquélla era una de ellas. Y dice que fingió haber
andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por
quedar él señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque
ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar
seguro de su derrota para las Indias.
Martes,
19 de febrero
Después
del sol puesto, vinieron a la ribera tres hombres de la isla y llamaron.
Envióles la barca, en la cual vinieron y trajeron gallinas y pan fresco, y era
día de Carnestolendas, y trajeron otras cosas que enviaba el capitán de la
isla, que se llamaba Joáo da Castanheira, diciendo que lo conocía muy bien y
que por ser noche no venía a verlo; pero en amaneciendo vendría y traería más
refresco, y traería consigo tres hombres que allá quedaban de la carabela, y
que no los enviaba por el gran placer que con ellos tenía oyendo las cosas de
su viaje. El Almirante mandó hacer mucha honra a los mensajeros, y mandóles dar
camas en que durmiesen aquella noche, porque era tarde y estaba la población
lejos. Y porque el jueves pasado, cuando se vio en la angustia de la tormenta,
hicieron el voto y votos susodichos y el de que en la primera tierra donde
hubiese casa de Nuestra Señora saliesen en camisa, etc., acordó que la mitad de
la gente fuese a cumplirlo a una casita que estaba junto con la mar como
ermita, y él iría después con la otra mitad. Viendo que era tierra segura, y
confiando en las ofertas del capitán y en la paz que tenía Portugal con
Castilla, rogó a los tres hombres que se fuesen a la población e hiciesen venir
un clérigo para que les dijese una misa. Los cuales, idos en camisa, en
cumplimiento de su romería, y estando en su oración, saltó con ellos todo el
pueblo a caballo y a pie con el capitán y prendiéronlos a todos. Después, estando
el Almirante sin sospecha esperando la barca para salir él a cumplir su romería
con la otra gente hasta las once del día, viendo que no venían, sospechó que
los tenían o que la barca se había quebrado, porque toda la isla está cercada
de peñas muy altas. Esto no podía ver el Almirante porque la ermita estaba
detrás de una punta. Levantó el anda y dio la vela hasta en derecho de la
ermita, y vio muchos de caballo que se apearon y entraron en la barca con
armas, y vinieron a la carabela para prender al Almirante. Levantóse el capitán
en la barca y pidió seguro al Almirante. Dijo que se lo daba; pero ¿qué
innovación era aquélla que no veía ninguna de su gente en la barca?, y añadió
el Almirante que viniese y entrase en la carabela, que él haría todo lo que él
quisiese. Y pretendía el Almirante con buenas palabras traerlo por prenderlo
para recuperar su gente, no creyendo que violaba la fe dándole seguro, pues él,
habiéndole ofrecido paz y seguridad, lo había quebrantado. El capitán, como
dice que traía mal propósito, no se fió a entrar. Visto que no se llegaba a la
carabela, rogóle que le dijese la causa porque detenía su gente, y que de ello
pesaría al Rey de Portugal, y que en tierra de los Reyes de Castilla recibían
los portugueses mucha honra y entraban y estaban seguros como en Lisboa, y que
los Reyes le habían dado carta de recomendación para todos los príncipes y
señores y hombres del mundo, las cuales le mostraría si se quisiese llegar; y
que él era su Almirante del Mar Océano y Virrey de las Indias, que ahora eran
de Sus Altezas, de lo cual mostraría las provisiones firmadas de sus firmas y
selladas con sus sellos, las cuales les enseñó de lejos, y que los Reyes
estaban en mucho amor y amistad con el Rey de Portugal y le habían mandado que
hiciese toda la honra que pudiese a los navíos que topase de Portugal, y que,
dado que no le quisiese darle su gente, no por eso dejaría de ir a Castilla,
pues tenía harta gente para navegar hasta Sevilla, y serían él y su gente bien
castigados, haciéndoles aquel agravio. Entonces respondió el capitán y los demás no
conocer acá Rey y Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo; antes
les darían a saber qué era Portugal, casi amenazando. Lo cual oído, el
Almirante hubo mucho sentimiento, y dice que pensó si había pasado algún
desconcierto entre un reino y otro después de su partida, y no se pudo sufrir
que no les respondiese lo que era razón. Después tornóse dice que a levantar
aquel capitán desde lejos y dijo al Almirante que se fuese con la carabela al
puerto, y que todo lo que él hacía y había hecho, el Rey su Señor se lo había
enviado a mandar; de lo cual el Almirante tomó testigos los que en la carabela
estaban, y tomó el Almirante a llamar al capitán y a todos ellos y les dio su
fe y prometió, como quien era, de no descender ni salir de la carabela hasta
que llevase un ciento de portugueses a Castilla y despoblar toda aquella isla. Y así se volvió a surgir en el puerto donde estaba
primero, porque el tiempo y viento era muy malo para hacer otra cosa.
Miércoles,
20 de febrero
Mandó
aderezar el navío y henchir las pipas de agua de la mar por lastre, porque
estaba en muy mal puerto y temió que se le cortasen las amarras, y así fue; por
lo cual dio la vela hacia la isla de San Miguel, aunque en ninguna de la de los
Azores hay buen puerto para el tiempo que entonces hacía, y no tenía otro
remedio sino huir a la mar.
Jueves,
21 de febrero
Partió
ayer de aquella isla de Santa María para la de San Miguel, para ver si hallaba
puerto para poder sufrir tan mal tiempo como hacía, con mucho viento y mucha
mar, y anduvo hasta la noche sin poder ver tierra una ni otra por la gran
cerrazón y oscuridad que el viento y la mar causaban. El Almirante dice que
estaba con poco placer, porque no tenía sino tres marineros solos que supiesen
de la mar, porque los que más allí estaban no sabían de la mar nada. Estuvo a
la corda toda la noche con muy mucha tormenta y grande peligro y trabajo, y en
lo que Nuestro Señor le hizo merced fue que la mar o las ondas de ella venían
de sola una parte, porque si cruzaran como las pasadas, muy mayor mal
padeciera. Después del sol salido, visto que no veía la isla de San Miguel,
acordó tornarse a la Santa María por ver si podía cobrar su gente y la barca y
las amarras y anclas que allá dejaba. Dice que estaba maravillado de tan mal
tiempo como había en aquellas islas y partes, porque en las Indias navegó todo
aquel invierno sin surgir, y había siempre buenos tiempos, y que una sola hora
no vio la mar que no se pudiese bien navegar, y en aquellas islas había
padecido tan grave tormenta, y lo mismo le acaeció a la ida hasta las Islas de
Canaria; pero, pasado de ellas, siempre halló los aires y la mar con gran
templanza. Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos
y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente,
porque es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que ahora él había
descubierto es -dice él- el fin del Oriente.
Viernes,
22 de febrero
Ayer
surgió en la isla de Santa María en el lugar o puerto donde primero había
surgido, y luego vino un hombre a capear desde unas peñas que allí estaban
fronteras, diciendo que no se fuesen de allí. Luego vino la barca con cinco
marineros, dos clérigos y un escribano: pidieron seguro, y, dado por el
Almirante, subieron a la carabela; y porque era noche durmieron allí, y el
Almirante les hizo la honra que pudo. A la mañana le requirieron que les
mostrase poder de los Reyes de Castilla para que a ellos les contase cómo con
poder de ellos había hecho aquel viaje. Sintió el Almirante que aquello hacían
por mostrar color que no habían en lo hecho errado, sino que tuvieron razón,
porque no habían podido haber la persona del Almirante, la cual debieran de
pretender coger a las manos, pues vinieron con la barca armada, sino que no
vieron que el juego les saliera bien, y con temor de lo que el Almirante había
dicho y amenazado; lo cual tenía propósito de hacer, y creyó que saliera con
ello. Finalmente, por haber la gente que le tenían, hubo de mostrarles la carta
general de los Reyes para todos los príncipes y señores de encomienda y otras
provisiones; y dioles de lo que tenía y fuéronse a tierra contentos, y luego
dejaron toda la gente con la barca, de los cuales supo que si tomaran al
Almirante nunca lo dejaran libre; porque dijo el capitán que el Rey, su señor,
se lo había así mandado.
Sábado,
23 de febrero
Ayer
comenzó a querer abonanzar el tiempo; levantó las anclas y fue a rodear la isla
para buscar algún buen surgidero para tomar leña y piedra para lastre, y no
pudo tomar surgidero hasta dos horas completas.
Domingo,
24 de febrero
Surgió
ayer en la tarde para tomar leña y piedra, y, porque la mar era muy alta no
pudo la barca llegar en tierra; y, al rendir de la primera guardia de noche,
comenzó a ventar Oeste y Sudoeste. Mandó levantar las velas por el gran peligro
que en aquellas islas hay en esperar el viento Sur sobre el anda, y en ventando
Sudoeste luego vienta Sur. Y, visto que era buen tiempo para ir a Castilla,
dejó de tomar leña y piedra e hizo que gobernasen al Este; y andaría hasta el
sol salido, que haría seis horas y media, siete millas por hora, que son
cuarenta y cinco millas y media. Después del sol salido hasta el ponerse,
anduvo seis millas por hora, que en once horas fueron sesenta y seis millas, y cuarenta
y cinco y media de la noche fueron ciento once y media, y por consiguiente,
veintiocho leguas.
Lunes,
25 de febrero
Ayer,
después del sol puesto, navegó al Este su camino cinco millas por hora: en
trece horas de esta noche andaría sesenta y cinco millas, que son dieciséis
leguas y cuarta. Después del sol salido, hasta ponerse, anduvo otras dieciséis
leguas y media con la mar llana, gracias a Dios. Vino a la carabela un ave muy
grande que parecía águila.
Martes,
26 de febrero
Ayer,
después del sol puesto, navegó a su camino al Este, la mar llana, a Dios
gracias: lo más de la noche andaría ocho millas por hora; anduvo cien millas,
que son veinticinco leguas. Después del sol salido, con poco viento, tuvo
aguaceros; anduvo obra de ocho leguas al Esnordeste.
Miércoles,
27 de febrero
Esta
noche y día anduvo fuera de camino por los vientos contrarios y grandes olas y
mar, y hallábase ciento veinticinco leguas del Cabo de San Vicente, y ochenta
de la isla de la Madera y ciento seis de la Santa María. Estaba muy penado con
tanta tormenta, ahora que estaba a la puerta de casa.
Jueves,
28 de febrero
Anduvo
de la misma manera esta noche con diversos vientos al Sur y al Sudeste, y a una
parte y a otra, y al Nordeste y al Esnordeste, y de esta manera todo este día.
Viernes,
1 de marzo
Anduvo
esta noche al Este cuarta del Nordeste, doce leguas; de día corrió al Este
cuarta del Nordeste, veintitrés leguas y media.
Sábado,
2 de marzo
Anduvo
esta noche a su camino al Este cuarta del Nordeste, veintiocho leguas; y el día
corrió veinte leguas.
Domingo,
3 de marzo
Después
del sol puesto navegó a su camino al Este. Vínole una turbonada que le rompió
todas las velas, y viose en gran peligro, mas Dios los quiso librar. Echó
suertes para enviar un peregrino dice a Santa María de la Cinta en Huelva, que
fuese en camisa, y cayó la suerte al Almirante. Hicieron todos también voto de
ayunar el primer sábado que llegasen a pan y agua. Andaría sesenta millas antes
que se le rompiesen las velas; después anduvieron a árbol seco, por la gran
tempestad del viento y la mar que de dos partes los comía. Vieron señales de
estar cerca de tierra. Hallábanse todo cerca de Lisboa.
Lunes,
4 de marzo
Anoche
padecieron terrible tormenta, que se pensaron perder de las mares de dos partes
que venían y los vientos, que parecía que levantaban la carabela en los aires,
y agua del cielo y relámpagos de muchas partes; plugo a Nuestro Señor de lo
sostener, y anduvo así hasta la primera guardia, que Nuestro Señor le mostró
tierra, viéndola los marineros. Y entonces, por no llegar a ella hasta
conocerla, por ver si hallaba algún puerto o lugar donde se salvar, dio el
papahígo por no tener otro remedio y andar algo, aunque con gran peligro,
haciéndose a la mar; y así los guardó Dios hasta el día, que dice que fue con
infinito trabajo y espanto. Venido el día, conoció la tierra, que era la Roca
de Sintra, que es junto con el río de Lisboa, adonde determinó entrar, porque
no podía hacer otra cosa: tan terrible era la tormenta que hacía en la villa de
Cascaes, que es a la entrada del río. Los del pueblo dice que estuvieron toda
aquella mañana haciendo plegarias por ellos, y, después que estuvo dentro,
venía la gente a verlos por maravilla de cómo habían escapado; y así, a hora de
tercia, vino a pasar a Rastelo dentro del río de Lisboa, donde supo de la gente
de la mar que jamás hizo invierno de tantas tormentas y que se habían perdido
veinticinco naos en Flandes y otras estaban allí que había cuatro meses que no
habían podido salir. Luego escribió el Almirante al Rey de Portugal, que estaba
a nueve leguas de allí, cómo los Reyes de Castilla le habían mandado que no
dejase de entrar en los puertos de Su Alteza a pedir lo que hubiese menester
por sus dineros, y que el Rey le mandase dar lugar para ir con la carabela a la
ciudad de Lisboa, porque algunos ruines, pensando que traía mucho oro, estando
en puerto despoblado, se pusiesen a cometer alguna ruindad, y también porque
supiese que no venía de Guinea, sino de las Indias.
Martes,
5 de marzo
Hoy,
después que el patrón de la nao grande del Rey de Portugal, la cual estaba
también surta en Rastelo y la más bien artillada de artillería y armas que dice
que nunca nao se vio, vino el patrón de ella, que se llamaba Bartolomé Díaz de
Lisboa, con el batel armado a la carabela, y dijo al Almirante que entrase en
el batel para ir a dar cuenta a los hacedores del Rey y al capitán de la dicha
nao. Respondió el Almirante que él era Almirante de los Reyes de Castilla y que
no daba él tales cuentas a tales personas, ni saldría de las naos ni navíos
donde estuviese si no fuese por la fuerza de no poder sufrir las armas.
Respondió el patrón que enviase al maestre de la carabela. Dijo el Almirante
que ni al maestre ni a otra persona si no fuese por fuerza, porque en tanto
tenía el dar persona que fuese como ir él, y que ésta era la costumbre de los
Almirantes de los Reyes de Castilla, de antes morir que se dar ni dar gente
suya. El patrón se moderó y dijo que, pues estaba en aquella determinación, que
fuese como él quisiese; pero que le rogaba que le mandase mostrar las cartas de
los Reyes de Castilla si las tenía. El Almirante plugo de mostrárselas, y luego
se volvió a la nao e hizo relación al capitán, que se llamaba Álvaro Damán, el
cual, con mucha orden, con atabales y trompetas y añafiles, haciendo gran
fiesta, vino a la carabela y habló con el Almirante y le ofreció de hacer todo
lo que le mandase.
Miércoles,
6 de marzo
Sabido
cómo el Almirante venía de las Indias, hoy vino tanta gente a verlo y a ver los
indios, de la ciudad de Lisboa, que era cosa de admiración, y las maravillas
que todos hacían, dando gracias a Nuestro Señor y diciendo que, por la gran fe
que los Reyes de Castilla tenían y deseo de servir a Dios, que Su Alta Majestad
los daba todo esto.
Jueves,
7 de marzo
Hoy
vino infinitísima gente a la carabela y muchos caballeros, y entre ellos los
hacedores del Rey, y todos daban infinitísimas gracias a Nuestro Señor por
tanto bien y acrecentamiento de la Cristiandad que Nuestro Señor había dado a
los Reyes de Castilla, el cual dice que apropiaban porque Sus Altezas se
trabajaban y ejercitaban en el acrecentamiento de la religión de Cristo.
Viernes,
8 de marzo
Hoy
recibió el Almirante una carta del Rey de Portugal con D. Martín de Noronha,
por la cual le rogaba que se llegase adonde él estaba, pues el tiempo no era
para partir con la carabela; y así lo hizo por quitar sospecha, puesto que no
quisiera ir, y fue a dormir a Sacamben. Mandó el Rey a sus hacedores que todo
lo que hubiese el Almirante menester y su gente y la carabela se lo diese sin
dineros y se hiciese todo como el Almirante quisiese.
Sábado,
9 de marzo
Hoy
partió de Sacamben para ir adonde el Rey estaba, que era el valle del Paraíso,
nueve leguas de Lisboa: porque llovió no pudo llegar hasta la noche. El Rey le
mandó recibir a los principales de su casa muy honradamente, y el Rey también
le recibió con mucha honra y le hizo mucho favor y mandó sentar y habló muy
bien, ofreciéndole que mandaría hacer todo lo que a los Reyes de Castilla y a
su servicio cumpliese cumplidamente y más que por cosa suya; y mostró haber
mucho placer del viaje haber habido buen término y se haber hecho, mas que
entendía que en la capitulación que había entre los Reyes y él que aquella
conquista le pertenecía. A lo cual respondió el Almirante que no había visto la
capitulación ni sabía otra cosa sino que los Reyes le habían mandado que no
fuese a la Mina ni en toda Guinea, y que así se había mandado pregonar en todos
los puertos del Andalucía antes que para el viaje partiese. El Rey
graciosamente respondió que tenía él por cierto que no habría en esto menester
terceros. Diole por huésped al prior del Clato, que era la más principal
persona que allí estaba, del cual el Almirante recibió muy muchas honras y favores.
Domingo,
10 de marzo
Hoy,
después de misa, le tomó a decir el Rey si había menester algo, que luego se le
daría, y departió mucho con el Almirante sobre su viaje, y siempre le mandaba
estar sentado y hacer mucha honra.
Lunes,
11 de marzo
Hoy se
despidió del Rey, y le dijo algunas cosas que dijese de su parte a los Reyes,
mostrándole siempre mucho amor. Partióse después de comer, y envió con él a D.
Martín de Noronha, y todos aquellos caballeros le vinieron a acompañar y hacer
honra buen rato. Después vino a un monasterio de San Antonio, que es sobre un
lugar que se llama Villafranca, donde estaba la Reina; y fuele a hacer
reverencia y besarle las manos, porque le había enviado a decir que no se fuese
hasta que la viese, con la cual estaban el Duque y el Marques, donde recibió el
Almirante mucha honra. Partióse de ella el Almirante de noche, y fue a dormir a
Allandra.
Martes,
12 de marzo
Hoy,
estando para partir de Allandra para la carabela, llegó un escudero del Rey que
le ofreció de su parte que, si quisiese ir a Castilla por tierra, que aquél
fuese con él para lo aposentar y mandar dar bestias y todo lo que hubiese
menester. Cuando el Almirante de él se partió, le mandó dar una mula y otra a
su piloto, que llevaba consigo, y dice que al piloto mandó hacer merced de
veinte espadines, según supo el Almirante. Todo dice que se decía que lo hacía
porque los Reyes lo supiesen. Llegó a la carabela en la noche.
Miércoles,
13 de marzo
Hoy a
las ocho horas, con la marea de ingente y el viento Nornoroeste, levantó las
anclas y dio la vela para ir a Sevilla.
Jueves,
14 de marzo
Ayer,
después del sol puesto, siguió su camino al Sur, y antes del sol salido se
halló sobre el Cabo de San Vicente, que es en Portugal. Después navegó al Este
para ir a Saltés, y anduvo todo el día con poco viento hasta ahora que está
sobre Faro.
Viernes,
15 de marzo
Ayer,
después del sol puesto, navegó a su camino hasta el día con poco viento, y al
salir del sol se halló sobre Saltés, y a hora de mediodía, con la marea de
montante, entró por la barra de Saltés hasta dentro del puerto de donde había
partido a 3 de agosto del año pasado. Y así dice él que acababa ahora esta
escritura, salvo que estaba de propósito de ir a Barcelona por la mar, en la
cual ciudad le daban nuevas que Sus Altezas estaban, y esto para les hacer
relación de todo su viaje que Nuestro Señor le había dejado hacer y le quiso
alumbrar en él. Porque ciertamente, allende que él sabía y tenía firme y fuerte
sin escrúpulo que Su Alta Majestad hace todas las cosas buenas y que todo es
bueno salvo el pecado y que no se puede abalar ni pensar cosa que no sea con su
consentimiento, «esto de este viaje conozco -dice el Almirante- que
milagrosamente lo ha mostrado, así como se puede comprender por esta escritura,
por muchos milagros señalados mostrados en el viaje, y de mi, que ha tanto
tiempo que estoy en la Corte de Vuestras Altezas con opósito y contra sentencia
de tantas personas principales de vuestra casa, los cuales todos eran contra mí
poniendo este hecho que era burla. El cual espero en Nuestro Señor que será la
mayor honra de la Cristiandad que así ligeramente haya jamás acaecido». Estas
son finales palabras del Almirante D. Cristóbal Colón de su primer viaje a las
Indias y al descubrimiento de ellas.
Investigación: Andrés Belguich
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