Por Alberto Morlachetti
(APE).- José Hernández se preguntaría en el periódico El Río de la Plata el 22 de agosto de 1869: Pero ¿qué civilización es esa que se anuncia con el ruido de los combates y viene precedida del estruendo de las matanzas? Roca consuma el último de los grandes exterminios y el gaucho se extingue en la guerra de policía. Una vez terminado el reparto de tierras a favor de algunos hombres de fortuna y extinguida parte de la mano de obra nativa, la oligarquía apela a la fuerza de trabajo de los inmigrantes. Los barcos descargaban verdaderas masas humanas -la mayoría analfabeta- cuyo origen era de zonas rurales empobrecidas. Gino Germani, en su obra Estructura Social de la Argentina, nos acerca algunos datos: En los años 1871-1880, el saldo inmigratorio fue de 85.100 inmigrantes. Luego de la conquista del desierto -y de la expropiación de tierras- se establecieron 637.700 personas de origen europeo en el período 1881-1890.
La colonización de las tierras prometidas a los extranjeros que se subían con sus ganas a los barcos para cultivar los suelos se diluyó en una estructura donde las tierras fértiles pertenecían a un reducido grupo de propietarios. En las provincias pampeanas 107 personas según el censo de 1914 poseían 5.067.000 hectáreas y en el resto del país 399 eran dueñas de 23.348.000 hectáreas. Latifundio e inmigración fueron términos antagónicos. El destino de los inmigrantes fue el arriendo o la mediería, estableciendo el secreto de la capacidad argentina para producir cereales baratos que residía en el bajo nivel de vida de quienes estaban vinculados a la agricultura. En la provincia de Entre Ríos en 1930, escribe Gastón Gori, cuarenta personas eran dueñas de casi un millón cuatrocientas mil hectáreas.
La Forestal inicia sus actividades en 1905 con la entrega por parte del Estado de 2.354.000 hectáreas en la Provincia de Santa Fe, sin contar el Territorio Nacional de Chaco y Formosa, para que los voraces capitales ingleses se quedaran con los mejores quebrachos colorados, reduciendo a servidumbre a las poblaciones nativas y dañando por siglos su ecología. En 1875 de 68.277 inmigrantes entrados, sólo 8.627 fueron al campo. El resto se radicaba en las ciudades. Sarmiento que fue uno de los autores intelectuales y materiales del país que nunca soñamos dirá que los dos tercios de población no saben, sin embargo, dónde fijar su hogar, y el inmigrante dónde dirigirse para establecer sus penates. El sueño de la tierra propia tenía para los extranjeros la dimensión de los días de mar y se extinguía al bajar de las naves. Era frecuente escuchar en los cantos del piamonte o en las melodías lombardas el suave sonido de la tierra. Que ahora se mecía en el viento como una nostalgia.
La orgullosa Buenos Aires que embellece sus paseos públicos, construye teatros, levanta estatuas, indiferente al atraso y a la miseria, como expresara en 1868 Felipe Varela, recibía contingentes humanos donde cada nación europea arrojaba miles de colonos, cada continente un color, cada lengua un acento. Gallegos, vascos, napolitanos, se radicaban en las ciudades que inventaban oficios a los inmigrantes. Era la última discriminación, la más reciente negación de la igualdad. El desprecio otrora indígena, negro o mestizo, se trasladó rápidamente a los hombres que nos habían enviado los europeos, insertándose en un desmesurado crecimiento urbano.
Argumedo dirá que las nuevas aristocracias formadas en América con fortunas amasadas en encomiendas, asientos de esclavos, explotaciones mineras, plantaciones, obrajes o expediciones genocidas, irán construyendo alcurnias que diluyen sus orígenes y les permiten asumirse como razas elegidas. Sus imaginarios estaban impregnados de ideas significativas: la inmigración debía ser anglosajona, que eran las razas europeas puras, con tradiciones civilizadas, ardor de progreso y capacidad de desarrollo y la inglesa era "la primera en el mundo por su energía, por su trabajo por las instituciones libres que ha dotado a la humanidad", como manifestaran reiteradamente Sarmiento y Alberdi.
José Ingenieros, con los mismos fundamentos manifiesta que cuando Alberdi aseguraba que "Gobernar es poblar", agregaba: "Poblar con europeos". Cuando Sarmiento nos incitaba "a ser como Estados Unidos", expresaba que esa nacionalidad era "un gajo del árbol europeo retoñando en el suelo de América". Imágenes que podríamos llamar “curiosidades de la literatura”, cuyos autores han alcanzado una notable arquitectura del lenguaje que hasta pueden simular sabiduría. Eran transparentes cuando manifestaban sus predilecciones por los anglosajones, fundamento esencial de toda prosperidad venidera. Borges -tiempo después- señalará que cuando se es de familia criolla o puramente española, entonces por lo general no se es intelectual. Lo veo en la familia de mi madre: los Acevedo son de una ignorancia inconcebible, para agregar que dominando la lengua inglesa, no hace falta conocer otro idioma, porque esa literatura contiene o resume todas las cosas. George Canning, hombre de ver lejos del imperio británico y primer ministro en 1824 diría: La cosa está hecha; el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa.
Vasconcelos expresaría que nos hemos educado bajo la influencia humillante de una filosofía ideada por nuestros enemigos con el propósito de exaltar sus propios fines y anular los nuestros. Un mundo de blancos equivale a los matrimonios incestuosos de los faraones que minaron la virtud de aquella raza, y contradice el fin ulterior de la historia, que es lograr la fusión de los pueblos y las culturas. Sin embargo, Ameghino, como todos los naturalistas, repetiría más tarde que la “raza blanca” era la superior de las humanas y que a ella le estaba reservado en el futuro el dominio del globo terrestre. Nuestro país en su enfermiza imitación de las culturas extranjeras, permitió que la influencia europea fuese una violación, no un enriquecimiento.
Los extranjeros que llegaron a nuestra tierra, eran hombres de condición humilde, en busca de un país donde sembrar sus sueños, pero estaban lejos de parecerse a los cultos y laboriosos obreros ingleses con que se alimentaron los mitos de los hombres del ochenta que verán en los inmigrantes, una promiscuidad carente de categorías, amorfa e incómoda, irritante mezcolanza que día a día va alcanzando unas dimensiones intranquilizadoras. Ramos Mejía, en Las Multitudes Argentinas (1899) escribía que el inmigrante tenía el cerebro lento como el del buey, a cuyo lado ha vivido. Martel las calificará de mugrientas, groseras, charlatanas, idiotas. Lucio V. López escribirá: Nosotros somos la clase patricia de este pueblo, nosotros representamos el buen sentido, la experiencia, la fortuna, la gente decente, en una palabra, fuera de nosotros es la canalla, la plebe quien impera. Conjugando los mismos verbos Cané dirá: los argentinos somos cada vez menos, salvemos nuestro predominio colocando a nuestras mujeres a una altura que no lleguen las bajas aspiraciones de la turba. Clodomiro Cordero, durante el Congreso Americano de Ciencias Sociales realizado en Tucumán en 1916, señalaba: "Hemos recibido cuanto desecho humano nos envía Europa", para agregar, que eran "Seres inferiores, tarados, corrompidos y disolventes, cuando no criminales".
Estas ideas nutrieron la mentalidad del 80 y le confirieron sus peores rasgos a la ideología del progreso sustentada por la oligarquía criolla, no solamente en la razón de las armas, sino además en el individualismo, la sacralización del dinero, la obsesión por el ascenso social, el temor a los pobres, el desprecio por los inmigrantes españoles, judíos, italianos y sobre todos los obreros anarquistas, juzgados inferiores por una suerte de determinismo biológico y social, valores que se proyectaron en el imaginario y en la literatura de fines del siglo XIX, hasta nuestros días atravesando generaciones. Antonio Argerich lo reconoce abiertamente: En mi obra, me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina.
Los inmigrantes no sólo trajeron su fuerza de trabajo, también llegaban con sus ideas y sus esperanzas y no se dudó en verlos como la encarnación demoníaca del desorden y la subversión social. Moyano Gacitúa, Juez de La Suprema Corte en 1905, invocaba a las instituciones preventivas y represivas ante la sobresaturación criminal del inmigrante que se encontraban en las calles luchando a brazo partido con la necesidad, viviendo en mancomún y promiscuidad con los paisanos, fomentando huelgas y desórdenes. La Ley de Residencia promulgada por el gobierno de Roca en 1902, inspirada en Miguel Cané quien la justificaba en la Cámara de Senadores en 1899, manifestando que entre los hombres de buena voluntad que llamaban para cultivar el suelo, ejercer las artes y plantar industrias, vinieran enemigos de todo orden social, que llegaran a cometer crímenes salvajes, en pos de un ideal caótico que deja absorta la inteligencia y que enfría el corazón. La ley permitió que muchos extranjeros que lucharon por sus derechos fuesen expulsados del país por comprometer el orden público.
El movimiento anarquista acercó a nuestros trabajadores la utópica pero hermosa convicción de que la vida sobre la tierra puede ser bendecida por la abundancia en vez de ser maldecida por la escasez. Contaba a su favor, dice Panettieri, una estructura económico-social donde imperaba una técnica poco evolucionada de producción, que conquistará gran cantidad de adeptos entre la masa de obreros no calificados que entonces eran mayoría en el país. Dardo Cuneo sostiene que el anarquismo se comunica fácilmente entre los italianos y los españoles de la inmigración aldeana de una Europa agraria y feudal y el trabajador criollo, en cuyas sangres persisten las nostalgias de la edad de oro del campo argentino vencida por la colonización capitalista. El artesano protagonista natural del anarquismo es mayoría en los cuadros de los oficios argentinos.
Las luchas dirigidas por el movimiento anarquista, acompañados en algunas ocasiones por el socialismo, sobre todo a finales del siglo XIX y en las dos primeras décadas del siglo XX, logró minar de alguna manera la resistencia de los sectores dominantes que permitió importantes conquistas para los trabajadores y significativos avances en el terreno del derecho, no sólo para los hombres de aquellos tiempos, también para nosotros que ya estamos recorriendo el siglo XXI. Aquel empeño colectivo de hombres y mujeres ilusionados, que desnudaban el crimen sobre el que se asienta el edificio de la sociedad argentina, supo de represiones y exterminios: Al asumir la Jefatura de la Policía en 1906 Ramón Falcón los llamará profesionales de la huelga, escorias sociales que afluyen de la vieja Europa.
En 1919 en Capital Federal y Avellaneda, el Gral. Luis J. Dellepiane con fuerzas del ejército y de la marinería mataron a ochocientas personas y miles de trabajadores fueron prontuariados, en la llamada Semana Trágica, cuando los obreros de los Talleres Metalúrgicos Vasena iniciaron una huelga para reducir la jornada laboral de 11 a 8 horas. Julio Godio dirá: Se asesinó a obreros, mujeres y niños sin ninguna contemplación.
La de Buenos Aires fue la segunda Semana Trágica. La primera había ocurrido en Barcelona, en 1909. Allí también habían muerto hombres y mujeres del pueblo. Y había muerto un maestro, fusilado en el castillo de Monjuich, injustamente acusado de ser el “autor” de la insurrección obrera. El maestro se llamaba Francisco Ferrer, militante libertario convencido de que la luz del conocimiento, en las mentes y corazones de los trabajadores, acabaría con la oscuridad y los privilegios: las tinieblas de la civilización. Poco antes de caminar hacia el patíbulo, Ferrer escribió: “No creamos nunca en dioses ni explotadores. Y aprendamos, siquiera un poco, a amarnos los unos a los otros”.
En razón de qué meta es comprensible que el Teniente Coronel Héctor B. Varela, enviado por el gobierno nacional en 1921 a la Patagonia, fusilara a 1500 inmigrantes y criollos porque reclamaban un derecho que los reconociese. ¿En aras de qué idea puede soportarse?
Kurt Gustav Wilckens mataba con “párrafos precisos y bellos” -en acto controversial- al Coronel Varela responsable -entre otros- de la sangrienta represión de obreros en la Patagonia. Wilckens manifestó “No fue venganza. Yo no vi en Varela al insignificante oficial. No. Él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal. Pero la venganza es indigna. Nuestro mañana no afirma rencillas, ni crímenes, ni mentiras. Afirma vida, amor, ciencia. Trabajemos para apresurar ese día”.
La lucha de los anarquistas, se esconde detrás de la opacidad de los visillos. Celadores sin sosiego de un pasado que parece no pertenecernos, nos dejaron el inmenso legado de su terquedad por los afectos, encontraban, como dice Rulfo, el olor de la gente como una esperanza.
En 1931 el dictador militar General Uriburu en su primer discurso al país advertía: He venido a limpiarlos de gallegos y gringos anarquistas. El 1º de febrero de 1931 es ejecutado en la Cárcel de Las Heras, Severino Di Giovanni, un símbolo controvertido del anarquismo combativo. El diario El Día de Montevideo en sus crónicas hacía notar que los copetudos fueron a presenciar el bárbaro acto vistiendo smokings o sea verdadero traje de gala. Roberto Arlt nos deja sus aguafuertes en el diario El Mundo: Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara: Está prohibido reírse. Está prohibido concurrir con zapatos de baile. El olvido convierte en ruinas la dimensión y densidad de los hechos humanos, menos lo que cabe en el recuerdo, que no es poco.
De allí vengo yo -del abuelo Antonio- con el arriendo que le pesaba como un arado, apuntando con su mirada a los dueños del trigo, por el 12, en el Grito de Alcorta, por las humildes alegrías de la cosecha. Dicen que a partir de un cierto número de años se llora mucho, por las nostalgias. A mí no me ha ocurrido. He pasado grandes tragedias secas como diría Haro Tecglen.
Desde 1930 se produce un importante flujo migratorio de las provincias hacia Buenos Aires, originado por el proceso de industrialización que vivía el país, Alejandro Bunge escribió que de 1932 a 1939 trescientas mil personas se trasladaron del campo a la ciudad, eran los tiempos de la sustitución de importaciones. Este grupo humano a partir de 1945, recibió por parte de la oligarquía el calificativo de "aluvión zoológico". Los llamados "cabecitas negras" pasaron a ocupar el espacio de menosprecio social que a principios de siglo se atribuía a los inmigrantes.
Ramos Mejía, un notable del ochenta, escribirá en 1899: temo que el día que la plebe tenga hambre, la multitud socialista se organice, sea implacable. Tuñón nos dice que la nostalgia es un cuarto donde habita el insomnio.
Fuentes consultadas:
1) Argumedo, Alcira; Los silencios y las voces en América Latina, Ed. del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1993.
2) Bunge, Carlos Octavio; Nuestra América, Henrich y Cía. Editores, Barcelona, 1903.
3) Germani, Gino; Estructura social de la Argentina, Ed. Raigal, Buenos Aires, 1954.
4) Godio, Julio; La Semana Trágica de enero de 1919, Ed. Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
5) Gori, Gaston; El Pan Nuestro, Ediciones Galatea-Nueva Visión, Buenos Aires, 1958.
6) Gori, Gaston; Inmigración y Colonización en Argentina, Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1964.
7) Gori, Gaston; La Forestal, Tragedia del Quebracho Colorado, Ed. Platina, Buenos Aires, 1965.
8) Ingenieros, José; Sociología Argentina, Ed. Losada, Buenos Aires, 1946.
9) Panettieri, José; Los trabajadores, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982.
10) Panettieri, José; Inmigración en Argentina, Ed. Macchi, Buenos Aires, 1970.
11) Ramos Mejía, José María; Las Multitudes Argentinas (1899), Ed. Rosso, Colección La Cultura Popular, Buenos Aires, 1934.
12) Salessi, Jorge; Médicos maleantes y maricas, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1995.
13) Sarmiento, Domingo Faustino; Obras Completas, Ed. Luz del Día, Buenos Aires, 1948.