Por Enrique Carpintero
(Psicoanalista)
Escribir sobre un tema necesariamente lleva a un recorte que implica al autor. Este artículo no es una excepción. En este sentido, al referirnos al 159º aniversario del nacimiento de Freud, queremos señalar algunos aspectos de su vida que consideramos necesarios para la actualidad de una obra que sigue abierta a nuevas interpretaciones y desarrollos.
Muchos de los que escribieron sobre la biografía de Freud se han dedicado a destacar cómo algo de su pasado lo preparaba para sus descubrimientos. Pero también es necesario reflexionar cómo, al mismo tiempo, su pensamiento da cuenta de una época a la cual se opuso en nombre de esos mismos descubrimientos. Dicho de otra manera, la historia lo hace pero también Freud construye una historia que forma parte de la modernidad.
El Siglo XIX: una época de grandes esperanzas y grandes derrotas
Cuando Freud nació, el imperio AustroHúngaro de los Habsburgo tenía una población de treinta y cinco millones de habitantes y seiscientos mil kilómetros cuadrados que se extendían hasta Italia.
"Nací el 6 de mayo de 1856 en Freiburg, Moravia, un pequeño poblado de la que hoy es Checoslovaquia. Mis padres eran judíos, y yo he seguido siendo. Acerca de mi familia paterna creo saber que durante una larga época vivió junto al Rin (Colonia), y en el siglo XIV huyó hacia el este a causa de una persecución a los judíos, y luego, en el curso del siglo XIX, emprendió la emigración de regreso desde Lituania, pasando por Galitzia, hasta instalarse en la Austria alemana".
Los comienzos de la industrialización capitalista, en la primera mitad del siglo XIX, llevaron a grandes dificultades económicas para la mayoría de la población. Las condiciones de miseria en que vivían los sectores obreros producían continuas insurrecciones. El año 1848 se vio afectado en gran parte de Europa por toda una serie de revoluciones en contra de las monarquías del Antiguo Régimen. En ese clima de continuas convulsiones sociales el contradictorio Proudhon pronunciaba su célebre frase que se constituyó en el lema de los anarquistas: "La propiedad es un robo". Los socialistas utópicos de Saint-Simon construían falansterios donde pensaban anticipar una sociedad feliz y más justa. En algunos de ellos se cumplían ceremonias extravagantes como la impuesta por Elefantin que llevaba a los residentes, entre otros ritos, al uso de un chaleco abotonado por detrás, que obligaba a un acto de solidaridad cotidiano, al exigir que sus compañeros tuvieran que abrochárselos unos a otros.
En febrero de 1848, la administración de la Sociedad de Educación Obrera con sede en Londres, calle Liverpool 46, entregó a sus clientes un impreso en paquetes individuales. Se trataba de un folleto en alemán que tenía una simple tapa de papel con un recuadro tipográfico cuya ornamentación, según el gusto de la época, semejaba un rostro humano. Su título: "El Manifiesto Comunista"; sus autores Carlos Marx y Federico Engels.
Las grandes luchas de la clase obrera que tuvo su momento de expresión más alto en 1871, durante los acontecimientos de la Comuna de París, se combinaban con la sensación de un desarrollo científico y técnico que iba a traer mejoras al conjunto de la sociedad. La expresión romántica del progreso fueron los ferrocarriles. Si bien existía un ferrocarril para el transporte de carbón en Francia, en las minas de Saint Germain, recién en 1873 se inauguraba la primera línea de pasajeros entre París y Saint Germain.
El origen de las especies apareció publicado en 1859. La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por los continuos descubrimientos que permitían pensar que el mundo sería completamente explicado gracias al conocimiento de las leyes que determinaban el funcionamiento de todos los fenómenos. La ciencia iba a servir para alcanzar la verdad y posibilitar la felicidad de la humanidad.
En este clima social y cultural Freud vivió sus primeros años de vida. Sin embargo su interés por lo social siempre estuvo presente al extender el psicoanálisis a los problemas de la cultura. aunque su preocupación no eran las dificultades políticas, económicas y sociales que atravesaban la cultura, sino cómo aquellas se inscriben en la subjetividad. Así como la de un sujeto atravesado por sus pulsiones que se constituye en El malestar de la cultura. Es que el síntoma, para el psicoanálisis, también es de la cultura y su resolución en la clínica encuentra un límite en la organización de la sociedad a la cual pone en cuestionamiento.
"La sociedad no se apresurará a concedernos autoridad. No puede menos que ofrecernos resistencia, pues nuestra conducta es crítica de ella; le demostramos que contribuye en mucho a la causación de la neurosis. Así como hacemos del individuo nuestro enemigo descubriéndole lo reprimido en él, la sociedad no puede responder con solicitud simpática al intransigente desnudamiento de sus prejuicios e insuficiencias; puesto que destruimos ilusiones, se nos reprocha poner en peligro los ideales".
En Viena, Freud sufrió la pobreza, fue humillado por su condición de judío y luego por sus descubrimientos. En la Viena donde las mujeres recibían menos de la mitad del salario que los hombres, los emigrantes trataban de salir del gueto y la prostitución formaba parte de la vida diaria. Nunca estuvo el cuerpo femenino tan oculto como a principios del siglo XIX. En las clases acomodadas, las buenas maneras llevaban a que la muchacha evitara contemplarse desnuda, aunque no sea más que en el reflejo del agua del baño, el cual se enturbiaba con un polvo especial.
El clítoris, instrumento de placer e inútil para la procreación, era rechazado por los médicos. Se consideraba que la masturbación conducía a la senilidad precoz por exceso de derroche de la preciosa semillita. El cuerpo se había vuelto una preocupación obsesiva, por lo tanto había que vigilarlo ante la permanente amenaza del deseo. El desnudo, alejado de la vista, hacía fantasear a mujeres y hombres. Se formaban sociedades sin otra finalidad que contar cuentos y hablar de sexo. Ante esta situación la sumisión a las pulsiones y los impulsos del cuerpo devenían en síntomas que necesitaban respuestas. En este sentido las preguntas que se hacía Freud eran las que la época se negaba a responder. Las encuentra en los sueños, en la vida cotidiana, en los cuerpos cuyos síntomas dibujaban una anatomía que la medicina no podía entender. Es el período en que formulaba uno de los mayores aportes a la teoría: lo inconsciente.
La Muerte es la compañera del Amor; juntas rigen el mundo
Mientras miles de personas presenciaban el desfile de recepción del archiduque Francisco Fernando, un joven serbio de 17 años llamado Princip asesinó al visitante de un certero balazo. Los libros de historia dicen que ese atentado fue la excusa que provocó la Primera Guerra Mundial. Las circunstancias sociales y personales lo llevaron a Freud a reflexionar sobre la muerte.
La muerte se transformaba definitivamente en una pulsión en Más allá del principio de placer. Como dice Emilio Rodrigué, hay cuatro tipos de fenómenos que constituyen el abordaje del nuevo territorio inaugurado por el concepto de pulsión de muerte: el primero, las neurosis traumáticas, luego los efectos de la compulsión de repetición que encontramos en el juego infantil, las neurosis de destino y la neurosis de transferencia. Dualista de corazón, necesitó reformular su teoría por razones clínicas, teóricas y epistemológicas. Los pacientes confirmaban su punto de vista de que el conflicto -la dualidad- se encuentra en el núcleo de la actividad psicológica. El propio concepto de represión -piedra fundamental de la teoría psicoanalítica presupone una división de las operaciones mentales. Disyunción básica entre el represor y lo reprimido. El hecho es que, fuera de la triangulación edípica, en la dialéctica freudiana proliferan opuestos tales como activo-pasivo, masculino-femenino, amor-hambre y ahora, después de la guerra, vida-muerte. En esta última polaridad, el componente agresivo, bajo la forma de pulsión de muerte, alcanza su estatuto de pulsión primitiva independiente.
Si en un primer momento la sexualidad adopta la forma de una pulsión fue para sacarla del ámbito exclusivo de la genitalidad y abarcar todas las áreas del sujeto. Este es el mismo desarrollo que hace en relación a la muerte, en tanto ésta, al transformarse en una pulsión no queda ceñida a la muerte real, definitiva, -que por otro lado no es competencia del psicoanálisis- sino que está presente de entrada en todo sujeto.
El giro del psicoanálisisFreud muere el 23 de setiembre de 1939 mientras las tropas alemanas que desfilaban en el Tercer Reich anunciaban la inminencia de la Segunda Guerra Mundial. Muchas guerras y conflictos han pasado hasta la actualidad sin todavía saber si Eros triunfará sobre los efectos destructivos de la pulsión de muerte. Es así, debemos considerar si, como analistas, estamos situados respecto de la actualidad de nuestra cultura para que las demandas de su malestar se dirijan a nosotros. Para ello es necesario tener en cuenta lo que denominamos "El giro del psicoanálisis" donde el paradigma de la represión sexual, en el que se ha desarrollado nuestra práctica, ha trocado en el predominio del trabajo de la muerte como pulsión.
Ante un mundo en crisis donde el poder de las clases dominantes genera una cultura en la que pone en peligro el tejido social y ecológico, para finalizar, nada mejor que recordar lo que planteaba Freud en Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica:
"Todas las energías que hoy se dilapidan en la producción de síntomas neuróticos al servicio de un mundo de fantasía aislado de la realidad efectiva contribuirán a reforzar, si es que no se puede utilizar ya mismo esas energías en provecho de la vida, el clamor que demanda aquellas alteraciones de nuestra cultura en que discernimos la única salvación para las generaciones futuras".
El Psicoanálisis que viene
El Psicoanálisis tiene asegurado su lugar en el siglo que recién comienza porque aún no han sido respondidas las preguntas que le dieron existencia.
Entre tantas otras:
* El por qué de la guerra
* Por qué los pueblos adoran a sus verdugos (por qué los pobres contribuyen a perpetuar el capitalismo)
* Por qué las diferencias de sexo incluyen desigualdades sociales que refuerzan la inferioridad de uno de sus términos (por qué descansa en las mujeres el trabajo de reproducir el patriarcado).
El por qué de la guerra:
El ingenuo interrogante con el que Albert Einstein inició en su epistolario ."qué puede hacerse para defender a los hombres de los estragos de la guerra" obligó a Freud a transitar por el lugar común del instinto de destrucción y la pulsión de muerte. Pero la cuestión, ni por lejos quedó saldada allí.
"...un vistazo a la historia humana nos muestra una serie incesante de conflictos entre un grupo social y otro o varios, entre unidades mayores y menores, municipios, comarcas, linajes, pueblos, reinos, que casi siempre se deciden mediante la confrontación de fuerzas en la guerra. Tales guerras desembocan en el pillaje o en el sometimiento total, la conquista de una de las partes. No es posible formular un juicio unitario sobre esas guerras de conquista. Muchas, como las de los mongoles y turcos, no aportaron sino infortunio; otras, por el contrario, contribuyeron al reemplazo de la violencia por él derecho, pues produjeron unidades mayores dentro de las cuáles cesaba la posibilidad de emplear la violencia y un nuevo orden derecho zanjaba los conflictos".
"... Por paradójico que suene, habría que confesar que la guerra no sería un medio inapropiado para establecer la anhelada paz "eterna", ya que es capaz de crear aquellas unidades mayores dentro de las cuales una poderosa violencia central vuelve imposible ulteriores guerras. Empero, no es idónea para ello, pues los resultados de la conquista no suelen ser duraderos... Además, la conquista sólo ha podido crear hasta hoy uniones parciales, si bien de mayor extensión, cuyos conflictos suscitaron más que nunca la resolución violenta. Así, la consecuencia de todos esos empeños guerreros sólo ha sido que la humanidad permutara numerosas guerras pequeñas e incesantes por grandes guerras, infrecuentes, pero tanto más devastadoras. Aplicado esto a nuestro presente, se llega al mismo resultado que usted (Einstein) obtuvo por un camino más corto. Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan la institución de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses".Y, claro está, que la guerra no es un problema ajeno que sucede allí lejos, en el Medio Oriente, o en la Europa del Este y que no es cosa nuestra. No sólo porque está incluida en el patrimonio mortífero que instituye la "identidad argentina" junto a nuestros dos premios Nobel de la Paz (Saavedra Lamas, Pérez Esquivel) -las guerras de independencia, la "conquista del desierto", la guerra de la triple alianza, la del Chaco paraguayo, la guerra contra la "subversión", la de las Malvinas que contó con el franco respaldo de la sociedad civil y hasta de los intelectuales de izquierda, sino por la actual indiferencia ciudadana frente a la presencia escandalosa de tropas argentinas en Haití y de mercenarios argentinos en Irak.
Por qué los pueblos adoran a sus verdugos
Si el ingenuo interrogante que Albert Einstein dirigió a Freud -" qué puede hacerse para defender a los hombres de los estragos de la guerra" dio inicio a reflexiones no saldadas aún, el comienzo de El malestar de la cultura nos autoriza a introducirnos en otra deuda pendiente del psicoanálisis con la cultura. Aquella que vanamente intenta dilucidar las relaciones del sujeto con el Poder. Poder imperial. Poder del mercado. Poder de Dios. Poder del Otro.
Porque desde el nacimiento en adelante, la relación del sujeto con el Poder transita por las marcas que ha dejado.
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